Rosa al poder

Un vestido fucsia, las uñas cerezas y los tacones, frambuesa. Una copa llena de luz, botella en cubitera transparente; música chill-out, sofás de piel blanco. Una fiesta en la puesta de sol en una de las terrazas más chics de Barcelona. Pero también podríamos estar en la Costa Azul, en Nueva York o en una isla mediterránea. El rosado parece ser el nuevo blanco en cuanto a drinkability, versatilidad en sus harmonías y como objeto de deseo. Ya no queda rastro de esos rosados intensos que querían imitar la crianza de los tintos. Se toman frescos, ligeros y se degustan con toda su fruta. Llega la hora de la verdad: en un aperitivo, ¿te pedirías un rosado delante de tus amigos? Ya no es algo que esté de moda si no que es algo muy “cool” por ello en Francia, Reino Unido o Estados Unidos su consumo va in crescendo. De momento España es el cuarto consumidor. Ha pasado de ser el patito feo del consumo a ser el cisne con más glamour de las bodegas.

Su cromatismo no es lo único que caracteriza los vinos rosado. Sus aromas recuerdan las frutas rojas silvestres (frambuesa, mora) y domésticas (cereza, fresa). Y muchas veces gozan de un fondo vegetal, de incipientes notas cítricas; lavanda o violeta que aportan el toque floral. La frescura de la acidez fundida con el carbónico provocando la sonrisa de quién degusta el rosé sparkling wine Estelado de Chile. O la mediterraneidad de la atractiva palidez de Viña Esmeralda Rosé.

Las grandes firmas de champagne siempre han presumido de su rosado, y ahora nos toca jugar la partida en casa. Lo que está claro es que el rosado, marginado durante años al aperitivo, está en la cima. Ya Dalí lo puso de moda en sus fiestas en Port Lligat.

Las tonalidades dependen de las variedades y la elaboración. Las notas salmones nos expresan la evolución del vino rosado y el naranja, su defunción por oxidación. La intensidad depende del tiempo que ha estado en contacto con la piel de la uva. Los vinos tranquilos rosados vuelven a vestir las mesas. Años atrás habían quedado enclaustrados en la simpleza del maridaje “tu pides carne y yo pescado, pues tomaremos un rosado”. Recordemos para elaborar estos vinos se pueden utilizar tanto variedades blancas como tintas, lo que “no se puede” es mezclar los vinos base. Lo que hace que el color no sea tinto son las 24-48 horas en contacto con los antocianos, las materias colorantes de la uva.

Una temperatura de 10 a 12 grados es la más idónea, para poder disfrutarlos y que nos refresquen. Con un salmón ahumado, o un bonito, quesos de cabra, un toque ligero, especiado… Son vinos que dan mucho juego, con una acidez inteligente, un peso en boca ligero y unos aromas muy refrescantes. A parte, para comidas un punto picante, pastas y arroces son de gran compañía.

Pero no hay rosa sin espinas. Hay quien aún cree que es un vino dedicado a las mujeres. Que es un vino que no se decide. Que no sabe si es blanco o tinto. Los hay que tienen la sensación de que no está junto al pódium de los productos de calidad. El rosado no es un vino inferior a los demás, sino que es una alternativa de consumo y con una infinidad de aromas seductores. Hay gente que opina que la vida depende con los ojos con que la miras. Ver la vida de color de rosa y bebérsela puede ser algo muy gratificante. Este verano más que nunca, las bebidas rosas, están de moda.

Meritxell Falgueras

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