El rosado no es un color

Desde que me dedico al mundo del vino hay cuestiones que aún provocan mi reflexión, y cierta sorpresa. Una de ellas es por qué a los rosados se le llama “rosaditos”. Recuerdo en mi primera etapa como sumiller que los pocos rosados que los clientes pedían eran para evadir la discusión de pareja. Uno quería tinto y el otro blanco, así que para no discutir se sometían al vino rosado con resignación sin contemplar más opciones. En muy contadas ocasiones alguien pedía como primera opción un rosado y casi nadie aceptaba la recomendación de probarlos. ¡Un sumiller recomendando un vino rosado!
Han pasado unos cuantos años y afortunadamente creo que la situación ha cambiado ligeramente. Aun así, los vinos rosados arrastran la estela de vino para no entendidos, vinos que parecen no serlo, que juegan en terreno neutro, ni blanco ni tinto, que carecen del glamour suficiente para comprarlos y llevarlos a una comida con amigos. ¿Cuántas veces hemos regalado o nos han regalado un vino rosado?
El vino rosado sigue ligado al momento de consumo estival, sale a pasear en temporada primavera-verano luciendo sus llamativos y alegres colores. Pero el rosado ni es para el verano, ni tampoco para los no entendidos y ni mucho menos para la mujeres. Todos ellos argumentos añejos que ningún favor hacen a muchas bodegas que están elaborando y apostando por nuevos rosados.
Sobre estilos y tendencias
“Para mí un buen vino rosado es lo más difícil de elaborar”, me confesaba un enólogo navarro hace poco tiempo. Ante la divergencia entre la actitud y prejuicios sobre el consumo de rosados y la dificultad de elaboración -y venta-, muchos bodegueros han reaccionado luciendo ellos mismos elaboraciones atrevidas, rompiendo las normas para cambiar el panorama del vino rosado en España. Incluso alguno me ha llegado a comentar, “ya que nadie lo bebe al menos voy a hacer el que a mí me gusta”. Y esta reacción y nueva actitud ha provocado que en la actualidad encontremos en el mercado rosados muy dignos, con calidad y diferentes entre sí. Con mayor o menor intensidad de color, de una sola variedad o en mezcla, afrutados e intensos, frescos y ligeros, fermentados en barrica, golosos y maduros...
La evolución de los vinos rosados ha sido como un viaje en la montaña rusa, con algunos momentos de emoción y otros de vértigo. De los primeros rosados clásicos de zonas tradicionales se pasó al éxito de los rosados navarros elaborados con Garnacha, afrutados, frescos y ligeros. Llegaron después los elaborados con Cabernet Sauvignon, Merlot o Syrah, contundentes y de colores intensos rozando la frontera con los colores de vinos tintos jóvenes que dieron paso a la recuperación de uvas autóctonas para la elaboración de rosados más personales y vanguardistas, fermentaciones en madera y vinos para no consumir solo en el año.
El rosado ya no solo es el vino barato para consumir en barbacoas o extremadamente frío en verano. Ahora también se amplía su rango de precios y calidad incorporándose como vino gastronómico.
Después de pasar unos años de destierro, no solo por los consumidores sino por las propias bodegas, parece que el rosado está volviendo a la pasarela internacional, Francia, Italia, Estados Unidos o Reino Unido se han sumado a la moda de los rosados. Muchas regiones vitivinícolas están creando un estilo propio y cada vez con más frecuencia nuevos mercados y consumidores lo hacen suyo como un momento de consumo singular.
Bien sea por la moda de los espumosos rosados, la exitosa tendencia de los rosados muy pálidos al estilo de los tradicionales franceses de la Provenza o bien por una nueva generación de nuevos consumidores sin ideas preconcebidas, los vinos rosados ya no son “rosaditos”.
Cristina Alcalá