5 regiones vinícolas para una escapada veraniega

Paisaje de los viñedos de Familia Torres, en la DOCa Rioja 

Por: Laura Conde, periodista 

El turismo enogastronómico es una gran manera de conocer un territorio a través de sus vinos, pero también de su gente, su historia, su cultura y su gastronomía. El verano, con sus días largos y cálidos, es el momento perfecto para explorar algunas regiones donde la oferta vitivinícola invita a recorrer paisajes, pueblos y monumentos, incluso con poco tiempo por delante. 

1. Costers del Segre (Cataluña)

Costers del Segre es una DO fascinante por su diversidad, que agrupa 140 bodegas. No es un territorio compacto, sino de una denominación que abarca distintas subzonas repartidas por las comarcas de Lleida, desde los viñedos de Raimat hasta las altitudes del Pallars Jussà. Esta dispersión geográfica se traduce en una gran variedad de suelos, microclimas y estilos de vino, que hacen de esta zona una de las más versátiles y menos estandarizadas de Cataluña.

Paisaje de los viñedos de Familia Torres, en la DO Costers del Segre
Paisaje de los viñedos de Familia Torres, en la DO Costers del Segre

Una escapada veraniega aquí permite huir del calor de la costa y refugiarse en los frescos valles del Pirineo. Pueblos como Tremp, Artesa de Segre o Sort ofrecen paisajes espectaculares y rutas de naturaleza en que la viticultura convive con el románico rural. La catedral de La Seu d'Urgell (la única íntegramente románica de Cataluña) compite en belleza con la Seu Vella de Lleida, una muestra de románico tardío. El monasterio de Vallbona de les Monges, por su parte, es un magnífico ejemplo de arquitectura cisterciense.

Nada mejor para recorrer el frondoso Prepirineo de Lleida que tomar el Tren dels Llacs, que circula entre lagos y montañas y recorre la distancia que separa Lleida y Balaguer. Más tarde, se impone disfrutar de sus vinos tintos elaborados con cabernet sauvingnon, merlot, syrah y pinot noir, y de blancos con macabeo y parellada. Nada mejor para maridarlos que un queso artesano Tupí típico de la zona, de sabor intenso y aromas potentes, y un aceite de oliva con DOP Las Garrigues. 

2. Rías Baixas (Galicia)

La imagen es inconfundible: viñedos de albariño creciendo en parra al borde del Atlántico. Rías Baixas es sinónimo de frescura, acidez y mar, y se ha ganado un lugar de honor en la élite del vino blanco mundial. La DO se reparte por cinco subzonas, pero el corazón emocional está en Cambados, donde se celebra cada agosto la Festa do Albariño, una cita que reúne música, gastronomía, catas populares y la devoción de todo un pueblo por su uva más emblemática.

Paisaje de los viñedos de Familia Torres, en la DO Rías Baixas
Paisaje de los viñedos de Familia Torres, en la DO Rías Baixas

Más allá de Cambados, vale la pena visitar otras villas marineras como O Grove, Bueu, Sanxenxo o Baiona, pueblos de pescadores donde brilla la cocina marinera entre casitas blancas y terrazas abarrotadas. No hay que perderse Combarro, con sus espectaculares hórreos, visitar las Islas Cíes y la Illa de Arousa, conocer sus pazos históricos (algunos de los cuales fueron residencias de los narcos más famosos de los 90), recorrer en barco las bateas de mejillones, perderse por el casco antiguo de Pontevedra o disfrutar de la efervescencia cultural de Vigo. En Rías Baixas todo gira en torno a un océano de aguas frías, playas extraordinarias y mesas donde el albariño se da la mano con el mejor marisco local. 

3. Priorat (Cataluña)

El Priorat es uno de los territorios vitivinícolas más singulares de Europa. Las llicorelles (pizarras), las pronunciadas pendientes, las viñas en terrazas y los paisajes ásperos y espectaculares lo convierten en un lugar de peregrinaje para los amantes del vino. En pueblos como Gratallops, Porrera o Escaladei —donde pueden visitarse las ruinas de la cartuja que dio origen al cultivo de la vid en la zona— el vino es parte de la vida diaria. También el aceite, ya que Siurana, una espectacular aldea medieval que se asienta sobre un gran promontorio rocoso tiene una DOP que destaca por sus excelentes aceites de oliva virgen extra de las variedades arbequina, royal y morrut. 

Paisaje de los viñedos de Familia Torres, en la DOQ Priorat
Paisaje de los viñedos de Familia Torres, en la DOQ Priorat

No hay que perderse la catedral de Falset Marçà, una de las cooperativas modernistas diseñadas a principios del siglo XX por el arquitecto César Martinell, que reciben el nombre de catedrales del vino. Por último, los amantes del senderismo deben llevar las botas de trekking en la maleta: el Parc Natural de la Serra del Montsant es un laberinto de rutas para todos los gustos. 

4. Conca de Barberà (Cataluña)

La Conca de Barberà aúna historia, patrimonio y vinos con personalidad propia. Situada entre las montañas de Prades y el monasterio de Poblet, la región combina paisaje mediterráneo con altitud, lo que permite elaborar vinos frescos, especialmente a partir de la variedad autóctona trepat, que se ha convertido en el emblema local.

Paisaje de los viñedos de Familia Torres, en la DO Conca de Barberà
 Paisaje de los viñedos de Familia Torres, en la DO Conca de Barberà

Su capital, Montblanc, es una joya medieval rodeada de murallas que invita a pasear sin prisas. Cerca de allí, L’Espluga de Francolí ofrece una interesante visita al Museo del Vi y al Museo de la Vida Rural, así como a sus famosas cuevas prehistóricas. El monasterio de Poblet, declarado Patrimonio de la Humanidad, añade una dimensión espiritual y artística a la ruta. También vale la pena acercarse a Barberà de la Conca, con su castillo templario y su cooperativa modernista. En verano, las fiestas locales y los festivales de vino, como la Festa del Trepat, dan aún más vida a esta zona tranquila y auténtica.

5. La Rioja 

Pocas regiones tienen una identidad tan asociada al vino como La Rioja. La ruta por esta denominación mítica permite combinar visitas a bodegas centenarias con otras más vanguardistas, degustar cocina local de altos vuelos y recorrer pueblos llenos de encanto como Laguardia, Ezcaray, Briones o San Vicente de la Sonsierra. También es visita obligada Santo Domingo de la Calzada, que presume de una catedral bellísima y un centro histórico por el que parece que no ha pasado el tiempo. 

Paisaje de los viñedos de Familia Torres, en la DOCa Rioja 
Paisaje de los viñedos de Familia Torres, en la DOCa Rioja 

Los monasterios de Suso y Yuso, en San Millán de la Cogolla –ambos declarados Patrimonio de la Humanidad–, la Ruta de los Dinosaurios o la Cueva de los 100 Pilares de Arnedos son buenos ejemplos de que en la Rioja el pasado siempre conecta con el presente, también a la hora de elaborar sus grandes vinos de prestigio mundial. Por su parte, Logroño, con su famosa calle Laurel, es parada obligada para los amantes del tapeo y las catas informales. Durante el verano, la agenda cultural y enoturística tanto de la capital como del resto de la región se llena de actividades: conciertos entre viñedos, vendimias simbólicas, catas al aire libre y fiestas populares como la Batalla del Vino en Haro o la Fiesta de la Vendimia Riojana en septiembre.