Los sonidos del invierno en la viña
Por Jose Luis Gallego. Divulgador ambiental (@ecogallego)
Una gélida mañana de enero, mientras ordena los aperos de labranza en la caseta de la viña, el agricultor escucha afuera un sonido inconfundible, un clamor que le hará detener su trabajo para salir y alzar la mirada al cielo: “ya están aquí otro año más”. Y por el cielo gris cruzará un bando de grullas que, volando como siempre en sus formaciones de escuadra, marcará el crudo tránsito invernal de las jornadas en el campo.
Hace días que llegaron también las avefrías, huyendo de las nieves que empiezan a cubrir sus territorios de cría en el norte de Europa. Durante años, estas aves de inconfundible silueta y evocador nombre han permitido a las gentes del campo prevenir lo duro que iba a ser el invierno. Lo calculaban en función de cuándo y en qué número llegaban y se instalaban en los rastrojos escarchados o los yermos barbechos.
Pero además del sonido de las aves migratorias, los días de invierno entre cepas tienen a un protagonista que rara vez se percibe en primavera o verano: el silencio. Lejos de los trinos de los pájaros estivales, del croar de las ranas o el zumbido de los insectos, las jornadas invernales en los viñedos son lapsos de quietud y de paz. Aunque en verdad se trata un silencio sonoro, como ocurre siempre en la naturaleza.
Nevada en los viñedos de Familia Torres en Tremp, invierno de 2021
Durante los meses más fríos del año, como sucede en los grandes caserones que son abandonados por sus inquilinos durante una larga temporada, la naturaleza echa la sábana de la nieve por encima del paisaje. De ese modo tapa los sonidos de la vida silvestre, que ha optado por echarse una larga siesta estacional. Un confortable período de descanso bajo la nevada. Y es que, al contrario de lo que muchos lectores pudieran pensar, la nieve ofrece resguardo a las criaturas silvestres que habitan el campo.
En su madriguera cubierta por el blanco manto invernal, una liebre puede disfrutar de una temperatura hasta diez grados superior a la que hace al raso. Además, como cualquier excursionista sabe, el peor enemigo del animal de sangre caliente en invierno no es el frío, sino el viento. Esas celliscas inclementes que multiplican la sensación de frío, arrastrando finísimos cristales de hielo que cortan la piel y congelan el aliento. Bajo la nieve en cambio, la temperatura es constante y el habitáculo funciona como una silenciosa cámara aislante a salvo de la ventisca.
Pero como decíamos, el silencio invernal es un silencio sonoro. Por eso pasear por un paisaje nevado es una experiencia casi ceremonial, en la que podemos reencontrarnos con nosotros mismos. Solo el monocorde crujir de nuestros propios pasos altera la calma del campo nevado. Una calma que incluye el reclamo del águila real marcando territorio desde los cielos, o el tamborileo del picamaderos buscando alimento en un viejo tronco del bosque. Todos esos sonidos forman parte de la banda sonora del invierno y lejos de alterarlo, refuerzan el silencio.
Un silencio que se hace ensordecedor al caer la noche, cuando el lento y profundo ulular del búho real, la rapaz nocturna más grande de la fauna europea, se adueña del paisaje sonoro. Un paisaje que incluye el profundo y lastimero canto del cárabo: un búho algo menor que el gran duque, pero no menos espectacular y cuya época de celo empieza precisamente ahora, cuando el hielo y la nieve cubren su territorio.
Nevada en los viñedos de Familia Torres en L’Aranyó, invierno de 2021
Pero por encima de cualquier otro eco, en la noche invernal de la mitad norte peninsular, destaca el lastimero y sostenido aullido del lobo. Desde los viñedos que se extienden por las denominaciones de Monterrey o Valdeorras, la Ribera del Duero, el Bierzo, Toro o Arlanza (entre otras) hasta los que se alzan en el Somontano, se puede asistir al concierto del gran carnívoro: el más sobrecogedor y emocionante espectáculo sonoro de la fauna ibérica.
Y es que los bancales de las viñas, barnizados por el hielo y con las cepas desnudas y aún dormidas, se convierten en un gigantesco anfiteatro al aire libre. Una tribuna natural desde la que disfrutar del silencio de la naturaleza: un silencio armonioso y atronadoramente vivaz.