La dama blanca de la bodega

Hace años visité una pequeña bodega situada en las afueras del pueblo que guardaba un misterioso secreto. Y es que, pese a que nadie había tomado medidas al respecto y en su interior se guardaban alimentos, nunca se había detectado la presencia de ratones.
Uno de los responsables de mantenimiento me comentó que del fondo de la bodega, justo bajo la apertura que daba a la buhardilla superior (un lugar oscuro y poco frecuentado que funcionaba como trastero) llevaba años recogiendo unos extraños restos orgánicos: una especie de bolas de color negro formadas por pelo y pequeños huesos. Al verlas no tuve dudas: se trataba de egagrópilas.
Las egagrópilas son los restos que algunas aves (especialmente las rapaces nocturnas) expulsan por la boca tras alimentarse de sus presas. Las formas y el tamaño de las egagrópilas permiten identificar a la especie y en aquel caso no había dudas: en aquella oscura buhardilla de la bodega vivía la lechuza.
La lechuza común (Tyto alba) suele establecer su territorio de caza en grandes espacios abiertos con posaderos dispersos, siempre en el entorno rural, y muy especialmente entre dehesas, olivares y viñedos.

Ejemplar de lechuza común sobre un tronco de un árbol. Fotografía de: Ana Mínguez
Muy sociable, por sus hábitos podríamos decir que no solo no evita la presencia del hombre, sino que la busca, pues las lechuzas suelen ocupar edificios de todo tipo: casas de campo, iglesias, cobertizos y por supuesto bodegas. Debido a ello en Estados Unidos la llaman ‘lechuza de campanario’ y en Reino Unido ‘búho de granero’.
Para diferenciar a la lechuza común del resto de nuestros búhos solo tenemos que ver su rostro. Gracias a su insólito aspecto facial, en forma de corazón, de color blanco, y en el que destacan como dos bolas de cristal sus ojos negros, esta especie es la más inconfundible de las aves nocturnas.

Ejemplar de lechuza común. Fotografía de: Ana Mínguez
Gran cazadora de ratones y topillos, sus poderosas garras, bien musculadas, están equipadas con unas finas y aceradas uñas que se fijan sobre cuatro dedos con un amplio radio de movilidad. Gracias a esta característica, la lechuza puede disponer dos garras delante y dos detrás para apresar con más fuerza a sus presas.
El celo de la lechuza común se inicia a finales de febrero y la incubación (entre 4 y 6 huevos) se desarrolla entre marzo y abril. Los pollos, como bolas de algodón pero ya con el característico corazón facial, suelen merodear por los alrededores del nido hasta verano, cuando los jóvenes se deciden a alzar el vuelo y abandonarlo para siempre. La pareja de lechuzas permanece unida durante toda la vida y pueden llegar a vivir más de 20 años, librándonos así de miles y miles de roedores dañinos para los cultivos.

Lechuza común, fotografiada por: Ana Mínguez
Especie protegida, las poblaciones de esta beneficiosa especie se están desplomando en toda España (han caído hasta un 50% en algunas comunidades) debido al uso abusivo de agroquímicos, por lo que es necesario que las gentes del campo contribuyan a su conservación, recuperando prácticas de cultivo basadas en la agricultura regenerativa y el respeto a la naturaleza.