Una primavera cada vez más desacompasada

A quienes apreciamos el ritmo armónico de las estaciones y disfrutamos con los diferentes acontecimientos naturales que se suceden en cada una de ellas, ésos que estudia la fenología, la alteración del calendario de la naturaleza nos supone un auténtico quebranto.
Una pérdida que se torna angustia al conocer los modelos climáticos que elaboran los científicos y llegar a la conclusión de que, muy probablemente, el paso de las estaciones no volverá a ser como antes. Especialmente en el caso de las primaveras.
Oficialmente esta estación nace con el equinoccio de primavera, que sucede entre el 20 y el 21 de marzo en el hemisferio norte, y entre el 21 y el 23 de septiembre en el hemisferio sur, y muere en el solsticio de verano, que se da sobre el 21 de junio en el hemisferio norte y entre el 21 y el 22 de diciembre en el hemisferio sur.
Pero la alteración de los patrones climáticos y la circulación atmosférica debida al calentamiento global está quebrantando ese calendario natural de la primavera, adelantándolo y acortándolo año tras año.
Nuestro entorno está lleno de semáforos rojos que nos avisan de esa alteración. Son lo que los científicos llaman bioindicadores: especies de la flora y la fauna que, ya sea con su presencia a deshora o con sus cambios de comportamiento para adaptarse a la nueva situación climática, nos envían una señal de alerta.
El caso de la brotadura y la floración de las plantas es una de esas señales de emergencia. En el bosque mediterráneo y en los últimos cincuenta años, los árboles brotan entre una y dos semanas antes y las flores se adelantan entre dos y tres semanas al calendario natural, de media, pues hay especies que están floreciendo incluso un mes antes.

Como consecuencia se está produciendo una alteración del ritmo fenológico de todo el ecosistema. La fenología es la ciencia que estudia la relación de los seres vivos con el calendario, y el ritmo fenológico de la fauna salvaje y la flora silvestre es el que marca la serie de acontecimientos biológicos que se suceden con el paso de las estaciones.
Se trata de una cadena acompasada de acontecimientos que se entrelazan, como en una orquesta sinfónica. Así, cuando las flores se abren aparecen los insectos voladores que las polinizan, unos insectos que sirven de alimento a las aves que llegan por esas fechas para criar aprovechando su presencia. Así es la partitura de la primavera en el bosque mediterráneo.

Pero cuando el clima cambia acaba alterando los procesos biológicos y dejan de acontecer de manera armonizada. Así, el cambio climático está alterando la partitura de la primavera, lo que provoca que la orquesta no suene bien, pues muchos de los instrumentos tocan a destiempo y provocan que la sinfonía suene desacompasada.
En el caso del viñedo, tan vinculado al ritmo de las estaciones y la evolución de las temperaturas, el hecho de que las primaveras lleguen antes y sean cada vez más cortas está alterando el proceso natural de floración y maduración de la uva, lo que dificulta enormemente la labor de los enólogos para mantener la calidad de los vinos.

Y es que finalmente el buen vino es el resultado de la sinfonía de las estaciones. Una sinfonía en la que la primavera venía siendo su principal movimiento, el que marcaba el tono general de la composición, pero al que el cambio climático está dejando cada vez menos espacio en la partitura.