Tiempo de castañas

Por Jose Luis Gallego. Divulgador ambiental (@ecogallego)
Aunque el cambio climático está retrasando cada vez más su llegada, el otoño es uno de los mejores momentos para disfrutar de los paseos por nuestras arboledas, especialmente por los bosques caducifolios, que con su variedad cromática nos ofrecen una de las otoñadas más bellas de los paisajes ibéricos.
Y entre todas las especies de árboles que forman el bosque caducifolio destaca el castaño, al que los científicos identifican en Europa con el nombre de Castanea sativa (existen otras especies en el mundo) y que, sin lugar a duda, es uno de los árboles más característicos de las masas forestales que cubren las serranías del norte peninsular.
Esta espectacular fagácea, emparentada con hayas y robles, tiene una copa alargada y ancha, densa y asimétrica, que se abre en gruesas ramas que pueden llegar a darle un volumen monumental. El tronco es inconfundible, de tonos pardo-grisáceos, con rugosidades que suben en espiral desde el suelo y aparecen profundamente marcadas en el caso de los ejemplares más viejos. Puede llegar a alcanzar una anchura desproporcionada, ahuecándose de tal manera que forma auténticas cuevas vegetales que a menudo son utilizadas como refugio por los animales silvestres, pero también por los pastores y las gentes del campo.

Bosque de castaños en época de otoño.
Sus grandes hojas pueden llegar a alcanzar los veinte centímetros, son alternas, oblongas y pecioladas, con el borde marcadamente serrado, el haz lustroso de color verde oscuro y el envés mate, de tono verde amarillento. Además de su amplia y densa copa, el castaño puede llegar a superar los treinta metros de altura y los diez metros de anchura de tronco. En el norte peninsular existen ejemplares monumentales de más de mil años.
El castaño florece en junio, mostrando flores masculinas en forma de amentos, alargados, vellosos y de color amarillento, que nacen junto al tallo de la hoja formando racimos que dan un tono muy característico a la copa en verano, como si alguien la hubiera decorado. Las flores femeninas se reparten en el mismo árbol.
Los castaños tardan mucho en dar fruto, más de cincuenta años. Las populares y bien conocidas castañas no necesitan descripción, pero son pocos los que serían capaces de identificarlas cuando están envueltas en su característica vaina: una cáscara redonda denominada ‘zurrón’ de aspecto espinoso, verde pálido, y del tamaño de una pelota de golf que puede llegar a albergar hasta tres castañas de su interior y que se abre cuando ya están maduras, entre octubre y noviembre.

Fruto del castaño en el árbol.
Utilizado como árbol frutal por los romanos, quienes extendieron su distribución por los territorios del norte peninsular donde se daban las circunstancias propicias para su desarrollo, el fruto del castaño fue durante años una de las principales fuentes de alimentación para sus habitantes, ya que a su excelente sabor une la riqueza nutritiva que aporta al organismo: con importantes dosis de potasio, hierro, zinc, cobre, fósforo, sodio, calcio, magnesio y vitaminas B, C y E, entre otros nutrientes.
Aunque crudas son deliciosas, en España es costumbre tomarlas asadas, por ello en muchas comunidades se celebran las populares castañadas a finales de octubre y principios de noviembre, en torno a la festividad de Todos los Santos (uno de noviembre). En ellas, ya sea en festejos tradicionales o en reuniones de amigos y familiares, todos se reúnen alrededor del fuego para asarlas, pelarlas y compartir el aroma y sabor más característicos de la temporada.

Castañas asadas, comida típica en la época otoñal.
Lejos del bosque, durante muchos años la tradicional figura de la castañera anunciaba la llegada del otoño a los habitantes de las grandes ciudades. La papelina de castañas calientes ayudaba a superar el intenso frío en las manos y su sabor reconfortaba el espíritu de los transeúntes. Sin embargo, hoy en día ante el calentamiento global y el mantenimiento de las altas temperaturas estivales hasta bien entrada la estación otoñal, las castañeras están en regresión en todas nuestras ciudades. Como los castaños, que son una de las especies que reclaman mayores y urgentes medidas de protección ante el avance del cambio climático y de las plagas forestales que están diezmando sus poblaciones.
En España, como en otros países de Europa, los castaños están amenazados por una enfermedad fúngica llamada ‘chancro’ causada por un hongo que actúa sobre el árbol de manera letal, penetrando en el interior del tronco a través de las profundas grietas de la corteza y anulando el crecimiento a lo alto. Debido a ello el ejemplar afectado empieza a aumentar de grosor hasta estrangularse a sí mismo. Las esporas del hongo invasor son arrastradas por el viento o transportadas por algún insecto hasta el árbol vecino dónde actúa de igual manera para acabar infectando todo el castañar.
Originario de Asia, el chancro apareció en Estados Unidos a principios del siglo pasado a través de unos ejemplares importados entonces para la jardinería ornamental y que resultaron estar infectados por el hongo. Como consecuencia de su rápida y voraz extensión el hongo arrasó con buena parte de los más de 3.500 millones de castaños que cubrían buena parte de los estados del norte, donde hoy en día apenas quedan castañares sanos.
Cualquier momento del año es bueno para pasear por los castañares, pero es ahora, en otoño, cuando, además de propiciarnos sus sabrosos frutos, estas arboledas se convierten en lugares mágicos. Y es que los rayos de sol al trasluz del día tiñen el interior del bosque de una luz dorada y tenue que, junto al silencio que cobijan en su interior, transmite la íntima sensación de haber entrado en una catedral.