Los insectos ‘amigos’ del agricultor

Por Jose Luis Gallego. Divulgador ambiental (@ecogallego)
Vivimos en el planeta de los artrópodos. Algunos informes científicos señalan que más de la mitad de los animales que pueblan la Tierra pertenecen a esta categoría de invertebrados: un filo que agrupa insectos, arañas, crustáceos y miriápodos. Y es que, con alrededor de un millón de especies descritas, de lo que no cabe duda es que son el grupo más variado, numeroso y ubicuo del planeta. De hecho, aunque la mayoría de de las especies no alcanzan un gramo, su biomasa en conjunto pesa veinte veces más que la que formamos el conjunto de la humanidad.
Respecto a su importancia para el buen funcionamiento de los ecosistemas, los insectos y el resto de artrópodos son un eslabón fundamental para el mantenimiento de la cadena trófica. Y es que no solo sirven como alimento base para buena parte de los vertebrados, sino que desarrollan un trabajo insustituible como organismos descomponedores de la materia orgánica que fertiliza los suelos y nutre a las plantas: el humus.

Un grupo de hormigas en el suelo del viñedo
Pero es que, además, los insectos son esenciales para la polinización de las plantas y el desarrollo de los cultivos que nos proveen de alimento: hasta el 85% de las especies que cultivamos en la actualidad dependen de ese servicio ecosistémico. Y aunque es cierto que algunas especies puedan constituirse en plagas, otras actúan como depredadores y controladores biológicos de éstas, convirtiéndose así en los mejores aliados del agricultor: por eso es preciso conocerlos, respetarlos y protegerlos.
Entre los cultivos que pueden verse favorecidos por la presencia de insectos beneficiosos destaca el viñedo. Crisopas, chinches, sírfidos, abejas y avispas, mariquitas o libélulas actúan aquí como auténticos depredadores naturales de las distintas especies de trips, polillas, pulgones, orugas, moscas, mosquitos y ácaros que pueden constituirse en plaga y dañar a la vid.

Una solitaria mariquita se posa delicadamente sobre la verde hoja de una vid
Uno de los mejores ejemplos es el de la simpática y popular mariquita, que en su corta existencia puede llegar a eliminar miles de pulgones sin causar daño alguno a la cepa o la uva. Por su parte, la delicada y elegante crisopa siente pasión por las larvas de la avispilla de la vid, uno de los mayores enemigos del viticultor.
Las libélulas o las mantis actúan como verdaderos agentes sanitarios eliminando moscas, polillas y orugas en fase adulta. Las avispas capturan y devoran trips y ácaros con auténtica voracidad, mientras que, además de ejercer su importante papel como polinizadores, las abejas y los sírfidos refuerzan la labor exterminadora de pulgones y mantienen a raya a otros agentes parásitos de las cepas.

Una abeja reposa momentáneamente sobre una flor un acto silencioso que forma parte de la sinfonía de la polinización
La mala noticia es que las malas prácticas agrícolas y la industrialización del campo están reduciendo las poblaciones de estos controladores biológicos: tanto en los viñedos como en el resto de los cultivos tradicionales. Según un artículo publicado recientemente en la revista científica “Biological Conservation” por un equipo de investigadores del Instituto de Agricultura de la Universidad de Sidney (Australia), el descenso de las poblaciones de insectos está aumentando a un ritmo que ronda el tres por ciento anual. Según los cálculos de este estudio, si seguimos así en los próximos diez años podría llegar a desaparecer hasta una cuarta parte de las especies hoy en día descritas, y si no ponemos remedio hacia mitad de siglo podríamos perder la mitad de los insectos conocidos.
Por eso es tan necesario reivindicar la conservación de estos valiosos representantes de la biodiversidad del planeta, un objetivo al que contribuyen las cubiertas vegetales. Esta técnica de cultivo que promueve la agricultura regenerativa no solo ayuda a evitar la erosión y la compactación de los suelos, sino que beneficia a la entomofauna beneficiosa para el agricultor.
Está demostrado que la convivencia entre las especies de cultivo y la vegetación silvestre no solo reequilibra los nutrientes de los campos de cultivo, mejora el balance hídrico o favorece la captura de carbono, sino que también promueve la lucha biológica contra las plagas y reduce el empleo de plaguicidas químicos. Además, en el caso del viñedo, las plagas son capaces de adaptarse y ofrecer resistencia a este tipo de productos tóxicos, pero nunca podrán eludir la acción controladora, tan eficaz como inocua, de sus depredadores naturales, convertidos así en ‘amigos’ del agricultor.