La refinada belleza del corzo
Por Jose Luis Gallego. Divulgador ambiental (@ecogallego)
Sorprendido en un claro del bosque, el joven macho de corzo aguanta con altivez la presencia del afortunado amante de la naturaleza que acaba de toparse con él en su paseo matinal. Inmóviles ambos, sin atreverse a mover siquiera un músculo, la mirada fija el uno en el otro, el tiempo transcurre en un instante que se hace tan eterno como mágico.
Al poco de producirse el fortuito y respetuoso encuentro, el animal gira la cabeza y sigue su camino sin alterarse, paso a paso, silenciosamente, hasta desaparecer entre los árboles. El naturalista decide no seguirlo, no acosarlo: prefiere contentarse con el momento vivido. Ni tan siquiera ha sido capaz de llevarse los prismáticos a los ojos. Tal ha sido el hechizo en el que ha caído ante tan refinada y elegante presencia.
El encuentro con los grandes mamíferos de la fauna ibérica en plena libertad depara algunas de las mayores emociones que puede vivir cualquier amante de la naturaleza en el campo. Ciervos, zorros, gamos, osos, rebecos, linces, lobos, cabras montesas… cada encuentro con estos protagonistas de la vida salvaje es un regalo de la providencia.
Sin embargo, y más allá del innegable mérito que supone llegar a ver una especie tan escasa y amenazada como el lince ibérico, el oso pardo o el lobo ibérico, pocos momentos de campo resultan más conmovedores como el de contemplar la encantadora y refinada belleza del corzo: un animal que, pese a resultar cada vez más ubicuo y abundante, despierta en el autor la misma pasión que desde pequeño, cuando era muchísimo más escaso.
Notablemente más pequeño que el venado, el corzo es el menor de los cérvidos ibéricos. Con un porte grácil y esbelto, luce un pelaje corto de color pardo rojizo en verano, que oscurece en invierno. Partes inferiores mucho más claras. Tiene la cabeza pequeña, en la que destacan sus ojos negros, como el hocico, y unas orejas grandes y triangulares, casi siempre levantadas.
El macho del corzo desarrolla una modesta cuerna (mucho menor que la del ciervo) con tres apéndices ligeramente ahorquillados: dos hacia delante y uno trasero. Los cuartos traseros son más largos y musculosos que las patas delanteras, lo que suele darle el aspecto de estar ligeramente inclinado hacia delante. Muy cuadrado y perfectamente compensado, mide poco más de un metro de longitud y 75 cm de altura a la cruz. Suele pesar en torno a los 25-30 kg.
El corzo es un cérvido forestal, propio del ecosistema mediterráneo, que ha sabido adaptarse a todo tipo de hábitats para protagonizar una de las explosiones demográficas más sorprendentes en los últimos años, semejante en algunas áreas a la del jabalí, lo que le ha llevado a colonizar de nuevo territorios en los que había desparecido. Pese a ello, prefiere principalmente bosques de coníferas o de frondosas con abundancia de matorral alto, ocupando un amplio espectro de ecosistemas, desde las serranías litorales hasta la alta montaña.
Ejemplar de corzo en el campo
Exclusivamente fitófago, se alimenta de todo tipo de vegetales: hierba fresca, tallos y flores, brotes, tubérculos, bayas y frutos silvestres. La dieta viene determinada por las estaciones del año y el hábitat que ocupa, aprovechando cualquier aporte de árboles y arbustos, desde la corteza a las hojas.
De conducta crepuscular, durante el día permanecen encamados, ocultos entre el matorral más espeso. Una vez en el territorio de campeo, el corzo basa su defensa en la constante vigilancia. Ante cualquier señal de peligro, el individuo dominante emite un fuerte ladrido, áspero y seco, que supone la señal de alarma para el grupo y la posterior huida, apoyados en la potencia de salto que le proporcionan sus desarrolladas y musculosas patas traseras.
Una de las curiosidades del corzo respecto a otros parientes cercanos, como el ciervo, es que inicia la época de celo en pleno verano, desde finales de junio hasta finales de agosto, alargándose en algunos territorios del norte peninsular hasta bien entrado el mes de septiembre.
Ejemplar de corzo
También llama la atención la acusada diferencia de su comportamiento reproductor, mucho más discreto y reservado que la berrea del ciervo y consistente básicamente en un agrupamiento de la manada con algunas ligeras escaramuzas de combate entre machos, que en general acostumbran a ser monógamos. Nada que pueda compararse con los belicosos y escandalosos berridos y choques de cuerna que protagonizan los venados y que retumban por toda la montaña.
Otra característica propia de esta especie es que, pese a que las cópulas tienen lugar en pleno verano, las corzas no darán a luz a sus crías hasta bien entrada la próxima primavera, coincidiendo con la abundancia de alimento para las crías y una mayor cobertura forestal para que puedan guarecerse. Para lograr ese retraso recurren a una estrategia reproductiva conocida como diapausa, gracias a la cual tras la fecundación logran detener el desarrollo del embrión durante casi medio año, lo que les permite parir entre abril y mayo, cuando el campo está a rebosar de alimento y ofrece todo tipo de escondites. Todo en el corzo es magia.