La biodiversidad: nuestra mayor aliada
Por Jose Luis Gallego. Divulgador ambiental (@ecogallego)
La pérdida de biodiversidad es, junto al cambio climático, el dilema más serio al que se enfrenta la humanidad. De hecho, ambas crisis son la misma y una sola, ya que se retroalimentan y están estrechamente entrelazadas. Por eso debemos atenderlas con el mismo afán y de manera conjunta.
Si admitimos que la acción climática es necesaria para eludir los escenarios más inquietantes, aquellos en los que los fenómenos meteorológicos extremos serán cada vez más violentos y recurrentes, también debemos convenir en la necesidad de tomar las medidas más adecuadas para conservar y restaurar la naturaleza a fin de frenar la acelerada pérdida de especies que sufre el planeta.
Según el último índice Planeta Vivo (2024) elaborado por la prestigiosa organización conservacionista WWF, actualmente casi tres cuartas partes de las poblaciones de vertebrados están en retroceso. Los datos de este riguroso informe revelan que entre 1970 y 2020 el tamaño de las poblaciones de las más de 5.000 especies de mamíferos, aves, peces y anfibios monitorizadas ha sufrido un alarmante descenso del 73%.
En el caso de los insectos, hemos perdido una cuarta parte de especies en apenas un siglo. Y los datos sobre la biodiversidad marina son todavía más preocupantes pues de los océanos apenas sabemos nada y lo poco que conocemos es muy alarmante. Por ejemplo, como destaca el informe si no conseguimos mantener el calentamiento global por debajo de los 1,5 °C perderemos entre el 70 % y el 90 % de todos los arrecifes de coral del mundo, incluida la Gran Barrera de Coral: el mayor organismo vivo que jamás ha poblado el planeta.
Pero cuando hablamos de extinción de especies no nos referimos tan solo a la desaparición de los animales y plantas con los que convivimos, también a la pérdida de los servicios que nos prestan: lo que los científicos denominan ‘servicios ecosistémicos’.
Servicios tan básicos como los que nos permiten acceder al aire que respiramos, el agua que bebemos o los cultivos de los que nos alimentamos. Por eso es tan urgente frenar la pérdida de biodiversidad desde un punto de vista de estricta supervivencia. Y por eso es tan oportuno y necesario invertir en detenerla. Porque invertir en biodiversidad: la mejor oportunidad económica
Para lograrlo la ONU promovió la creación del denominado Fondo Marco Mundial para la Diversidad Biológica: una especie de fondo común, basado en la cooperación internacional, destinado a cubrir las inversiones necesarias para frenar la pérdida de biodiversidad. Según los expertos la dotación mínima para que ese fondo cubra todas las necesidades debería ser de 200.000 millones de dólares anuales. Pero antes de establecer la cantidad la pregunta que cabe hacerse es ¿quién debe aportar ese dinero?
Para responderla se proponen diferentes vías de financiación: desde los bonos verdes, tan de moda en el mercado, hasta el pago por los servicios de los ecosistemas; desde compensaciones económicas por la pérdida de diversidad biológica, hasta los créditos para la conservación y otros mecanismos de participación en los beneficios provenientes de la naturaleza. Y es ahí donde surge otra pregunta, porque ¿de qué beneficios estamos hablando?
Para atender a esa cuestión se aprobó en 2010 el Protocolo de Nagoya, un acuerdo internacional que regula el acceso a los recursos extraídos de la naturaleza, pone en valor dichos recursos y señala el derecho a la participación justa y equitativa de las comunidades locales en los beneficios derivados de su utilización.
Lo que se pretende con esta propuesta es que, por ejemplo, cuando una empresa farmacéutica, una industria química o una marca de cosméticos aprovechan las propiedades de una planta, un animal o cualquier otro ser vivo para producir una sustancia química, un medicamento o un cosmético, se vea obligada a costear la protección, conservación y custodia del ecosistema que habita. Pero no solo eso.
El Protocolo de Nagoya también estipula que, si con ese recurso natural una empresa hace negocio, la comunidad local que comparte el hábitat de esa especie, viene usándola de manera sostenible promoviendo su existencia desde antiguo, tiene derecho a recibir parte de los beneficios que genere ese negocio.
Si esta propuesta de acuerdo internacional se convirtiera en normativa legislativa de obligado cumplimiento, buena parte del dinero necesario para proteger la naturaleza y hacer frente a la pérdida de biodiversidad, así como para amparar los derechos de los pueblos indígenas, procedería de las empresas que se benefician de ello.
Como señalaba recientemente el propio secretario general de la ONU, António Guterres, “la biodiversidad ha sustentado buena parte de los avances científicos de la humanidad y nuestro crecimiento económico. Ha llegado el momento de pasar cuentas con la naturaleza”. Y de invertir en el futuro de todos.