El estimado y simpático petirrojo
Mensajero del cambio climático, por Jose Luis Gallego. Divulgador ambiental (@ecogallego)
En un día nublado de otoño, mientras damos una vuelta por el campo o paseamos por el parque, escuchamos un reclamo que nos resulta familiar. Un chip-chip eléctrico, metálico y seco, que se repite de forma cadenciosa entre los arbustos, y al que sigue una preciosa y aflautada melodía. Y entonces, esbozando una sonrisa, reconocemos que se trata del petirrojo, que ha vuelto de sus territorios de cría en el norte de Europa.
El petirrojo (Erithacus rubecula) es uno de los pájaros más populares de la fauna europea, y uno de los más queridos por sus habitantes. En 2015, tras una votación en la que participaron cerca de un cuarto de millón de ciudadanos, fue elegido como ave oficial del Reino Unido. En aquella ocasión el ministro de medio ambiente británico, Rory Stewart, afirmó “es una maravilla que tanta gente haya votado a este simpático pajarillo como su ave favorita, pues el petirrojo es sinónimo de la campiña británica”. Pero no solo allí, sino en toda Europa.
Inquilino habitual de todo tipo de arboledas y muy especialmente de los parques y jardines urbanos, en España resulta también uno de los habitantes más comunes de nuestra campiña. Las poblaciones decrecen en verano, cuando buena parte de ellos migra al norte del continente para criar, y aumentan en otoño. Especialmente en los años más fríos, cuando los petirrojos rusos y escandinavos regresan a nuestros campos y bosques para evitar los rigores invernales de aquellas tierras.
Resulta muy fácil de identificar por el característico color anaranjado del pecho. Pero sus patas, largas y extraordinariamente finas, y sobre todo su aspecto rechoncho y bonachón le confieren una silueta que permiten reconocerlo incluso a contraluz. El joven es de tonos más apagados, con un color menos definido y moteado de crema. Alas cortas y redondeadas. Mide alrededor de 15 cm y pesa 20 gramos.
El petirrojo es un pájaro muy sociable y curioso, que aguanta muy bien nuestra presencia, y no duda en salir del matorral y plantarse en mitad del camino para ver quien se adentra en su parcela. Pero más que la simpatía, el motivo de tal comportamiento es su extraordinaria territorialidad, que le lleva a enfrentarse con cualquier intruso que asome la nariz por sus dominios, especialmente si se trata de un macho de su misma especie.
Ejemplar de petirrojo, fotografía realizada por Jose Luis Gallego
De alimentación básicamente insectívora, captura los invertebrados que resultan más comunes en los árboles o el suelo del parque: tijeretas, hormigas, escarabajos y arañas. No es muy hábil a la hora de capturar insectos al vuelo. En otoño e invierno completa su dieta con frutos y bayas del bosque. Comensal habitual de los comederos urbanos, siente auténtica pasión por los tenebrios o gusanos de harina. Su afición por estos invertebrados es tan alta que incluso no duda en alimentarse de nuestra mano, como he tenido ocasión de comprobar personalmente.
Muy beneficioso para el campo y la ciudad como controlador natural de plagas y enemigos de los cultivos, su presencia es muy apreciada tanto por los agricultores y las gentes del campo como por los ciudadanos en general. Común y abundante, el petirrojo figuraba hasta ahora en la lista roja de las aves de España como ‘especie de preocupación menor’. Una categoría que sin embargo podría cambiar.
Y es que en las últimas décadas, y debido al avance del calentamiento global, se ha detectado un importante descenso en la arribada de petirrojos invernantes a nuestro territorio: es decir de aquellos que deciden desplazarse desde sus territorios de cría en el norte de Europa hasta nuestros templados bosques para pasar el invierno. Y no se trata de una cifra menor. Un trabajo publicado en la revista científica de ornitología ‘Ardeola’, editada por la organización conservacionista SEO/Birdlife, calcula que dicho descenso podría rondar ya el 80%.
La biodiversidad es un excelente sensor del calentamiento global, y este significativo dato vendría a destacar al petirrojo como un nuevo bioindicador de la crisis climática. Los científicos llaman bioindicadores a las especies que, con sus cambios de comportamiento, fenológicos o de distribución, actúan como testimonio del avance del cambio climático. Y con su caída poblacional en España, el petirrojo estaría actuando como un signo de tal avance.