El aumento de las olas de calor pone a prueba la viña

Por Jose Luis Gallego. Divulgador ambiental (@ecogallego)
Como estamos comprobando este verano, las evidencias y no ya los pronósticos demuestran que el cambio climático avanza hacia los modelos menos confortables, especialmente en el Mediterráneo.
Pese a tratarse de un cultivo milenario, perfectamente adaptado al clima mediterráneo y a las altas temperaturas estivales, la vid se está viendo seriamente afectada por las consecuencias del calentamiento global que sufre el planeta. Y una de las áreas donde se está viendo más comprometido su cultivo es la Península Ibérica. Aquí, las actuales olas de calor, cada vez más tempranas, intensas y persistentes, están poniendo a prueba su resiliencia frente al cambio climático.
En algunas de las principales regiones productoras españolas, las altas temperaturas, superiores a los 40 grados, y la fuerte insolación acaban por quemar las hojas y los pámpanos, provocando que la planta detenga su ritmo de crecimiento vegetativo, frene el ciclo de maduración y entre en proceso de estiaje para intentar sobrevivir.

Viñedo en el Priorat, propiedad de Familia Torres
En caso de que la ola de calor coincida con la fase de maduración, los racimos sufren un grave deterioro. La piel de los granos se tuesta, salpicada de manchas, y en algunos casos la pulpa llega incluso a hervir (literalmente) en su interior, arruinando la cosecha y lo que es aún peor: poniendo en riesgo a la propia cepa.
Pero el aumento de las temperaturas extremas no solo pone a prueba a la planta, sino que supone todo un reto para los enólogos que, con el trabajo en bodega, aspiran a seguir elaborando vinos de alta calidad como los que, hasta ahora, venían ofreciendo las diferentes denominaciones de origen españolas.
El profesor Fernando Zamora, catedrático de la Facultad de Enología de la Universidad Rovira i Virgili y uno de los enólogos más expertos del país, nos ponía un ejemplo en el documental “El vino y el clima: una relación amenazada” producido por Familia Torres y emitido por TVE. En la entrevista para este documental alertaba que su equipo había podido comprobar que en la Denominación de Origen (DO) Conca de Barberà y durante los últimos 30 años, la vendimia de la variedad Macabeo se había adelantado 30 días: es decir un día por año. De eso hace diez años, y el proceso no ha hecho más que acelerarse.
Hallaríamos casos similares (e incluso más acelerados) en otras DO y con otras variedades. El dilema del que nos hablaba el profesor Zamora es que, ante el avance de este proceso, un proceso vinculado directamente al cambio climático, los productores tienen dos opciones: o vendimiar antes para evitar un exceso de grado alcohólico, o esperar a que la uva alcance la adecuada madurez fenólica, pero a riesgo de obtener un vino demasiado alcohólico que va en contra de la actual demanda de mercado.
La misma tendencia señalan los numerosos estudios llevados a cabo por el Instituto de Investigación y Tecnología Agroalimentarias de la Generalitat de Catalunya (IRTA), cuyos resultados vienen a confirmar que la floración de la vid se produce dos semanas antes de lo habitual mientras que la vendimia se ha adelantado (de media) casi un mes en los últimos 50 años. Un trastorno fenológico que, en función de los escenarios hacia los que nos conduzca el cambio climático, podría llevar a un adelanto de la floración de un mes y medio y de la vendimia entre dos y tres meses.
El problema es que si, tal y como recogen los modelos climáticos elaborados por los expertos, el avance del calentamiento global va a más, este desarrollo desigual se agravará hasta tal punto que imposibilitará, no solo la elaboración de vinos de calidad, sino el propio cultivo de la vid, amenazando una de las principales industrias agroalimentarias españolas.
La respuesta a este serio dilema está en la puesta en marcha de las diversas técnicas de adaptación que está poniendo en marcha el sector: cambio en los sistemas de cultivo, sustitución de variedades, desplazamiento en altura, aportación de riego y otras. Algo a lo que las grandes bodegas del mundo, como Familia Torres, se dedican cada vez con mayor afán para plantar cara al reto climático y salvaguardar la propia actividad vitivinícola.
En el caso de Familia Torres, además de los grandes proyectos de mitigación que ha puesto en marcha, una de las respuestas adaptativas que está llevando a cabo es la de recuperar variedades ancestrales que habían dejado de cultivarse hace muchos años.

Variedad de uva moneu, en los viñedos de Familia Torres (DO Penedès)
Estamos hablando de uvas autóctonas, perfectamente adaptadas a los rigores del clima mediterráneo y a las características singulares del terreno y que, como en el caso la Forcada, rescatada del olvido por Torres, muestran un alto potencial enológico y una resistencia natural al progresivo aumento de las temperaturas. Volver la vista al pasado para seguir mirando al futuro con confianza, ese es el propósito.