La importancia de proteger la biodiversidad

Siempre me ha fascinado la historia que nos cuentan los científicos sobre las cianobacterias. El relato arranca hace alrededor de tres mil quinientos millones de años (apenas un instante en la historia del universo conocido) cuando, cansadas de vagar por un pedregal inerte, las cianobacterias, unos microorganismos que siguen presentes en la práctica totalidad de ecosistemas terrestres, hasta los más hostiles, protagonizaron una de las mayores hazañas de la evolución en nuestro planeta.

Sintetizando la clorofila y condensando el carbono, estos seres microscópicos, estos pioneros en el arduo oficio de existir, aprovecharon la presencia de la luz solar para obtener alimento y energía de uno de los elementos más abundantes en su entorno: el agua. Fue así como la gran placenta de la Tierra dio origen a la biodiversidad de nuestro planeta.

Pero en ese proceso metabólico se sirvieron tan solo del hidrógeno presente en su molécula, generando como residuo un gas hasta entonces extraño: el oxígeno. Como consecuencia tuvo lugar una de las mayores contaminaciones atmosféricas que jamás ha sufrido La Tierra, hasta que su presencia logró estabilizarse en torno a ese mágico 21 % que hace posible lo que hoy en día entendemos por vida terrestre: mas quema; menos ahoga.

Con la llegada de la clorofila tuvo lugar un hecho asombroso: la superficie de nuestro planeta empezó a teñirse de verde, las sales minerales, el agua, el anhídrido carbónico y el oxígeno, gracias a la fotosíntesis de las plantas, fueron convirtiéndose en azúcares, los azúcares en tejido, y el tejido en paisaje.

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Amapolas en la finca Fransola, propiedad de Familia Torres

Amapolas en la finca Fransola, propiedad de Familia Torres

De ahí en adelante, todo lo que ha ido aconteciendo, la sucesión de variaciones genéticas y reacciones bioquímicas que hicieron posible la evolución y la adaptación de animales y plantas es y conforma el mayor patrimonio de nuestro planeta: la biodiversidad que alberga. Un patrimonio que lejos de pertenecernos, nos contiene.

Somos la minúscula parte de un todo vivo. Las especies no han sido creadas de manera independiente, sino que están íntimamente emparentadas y descienden unas de otras formando ese todo.

La famosa ‘Carta del Indio’, con la que el Gran Jefe Noah Sealth respondió a la oferta del presidente norteamericano Franklin Pierce de comprar las tierras que habitan las tribus del noroeste, recogía uno de los testimonios más bellos jamás escritos en este sentido:

“Nosotros aprendimos una cosa muy importante: que la tierra no pertenece a los hombres, sino que es el hombre el que pertenece a la tierra. Por eso debe amarla, así como el bebé ama el latido del corazón de su madre.

Todas las criaturas que pueblan la tierra estamos unidas, como la sangre une a una misma familia: todos estamos unidos. Lo que le ocurre a la tierra les ocurre también a los hijos de la tierra.

El hombre no creó el tejido de la vida: sólo es un hilo. Si cortamos el resto de los hilos que nos unen a la tierra pondremos en riesgo nuestra propia existencia.”

Si recuperamos esa idea tan bella y sinceramente expresada en este famoso documento, si aceptamos esa condición que tanto nos une al planeta y al resto de formas de vida que lo habitan, tal vez lleguemos a comprender los íntimos lazos que nos vinculan al resto de formas de vida con las que compartimos biosfera, y tal vez así comprendamos que proteger y conservar la biodiversidad es la mejor manera de protegernos a nosotros mismos.