La hechizante presencia de la mantis religiosa

12 Octubre 2021

Existe una tendencia general al espanto ante la aparición de los insectos de gran tamaño. Se trata de una reacción de repulsa atávica, anclada en lo más profundo de nuestro subconsciente, que nos impide prestar atención a su fascinante aspecto, incluso por qué no decirlo: a su belleza. Ése es el caso de la protagonista de este apunte de campo.

También conocido como insecto de santa Teresa por la postura que adquiere al alzarse, con las patas delanteras frente a la boca como si estuviera rezando, la mantis comparte clasificación con las tradicionales cucarachas, sin embargo, muestra grandes diferencias con éstas, empezando por el descomunal tamaño de las patas delanteras y del prototórax (el cuello).

La postura favorita de la mantis consiste en alzarse sobre las patas traseras y mantener los brazos doblados frente a su cara. Y fue precisamente ése rasgo de su comportamiento el que llevó al naturalista Linneo clasificarla como Mantis religiosa, manteniendo en este caso su nombre científico como nombre común.

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Ejemplar de mantis religiosa, encima de madera.

Ejemplar de mantis religiosa, encima de madera.

De sobra conocida por todos, la mantis no necesita pistas para su identificación. Como ocurre en muchos otros insectos y arácnidos, la hembra es mucho mayor, pudiendo alcanzar los 12 cm de largo y triplicar el tamaño del macho, que no acostumbra a superar los 4 cm.

Y es precisamente ahora, en otoño, cuando llega el peor momento del año para los pobres machos de la mantis religiosa: la época de celo y reproducción. Sabedores de su cruel destino, los machos atienden a la seductora danza de la hembra para, después de encaramarse a ella y una vez culminado el apareamiento, servirle de alimento.

Porque una vez concluida la cópula, movida por un violento ataque de voracidad, la hembra de la mantis, que como hemos indicado llega a doblar en tamaño al macho, se lo quita de encima con sus extensas patas delanteras y, llevándoselo a la boca, lo decapita de un mordisco para empezar a comérselo.

Pero antes de juzgar este rasgo del comportamiento animal de la mantis, un gesto que en apariencia (y en verdad) resulta macabro y cruel, hay que explicar su lógica evolutiva y aclarar que en realidad obedece a un criterio de estricta supervivencia para la especie.

Y es que la hembra devora al macho por el bien de la familia, pues de ese modo, al servir de instantáneo almuerzo a su cónyuge, el desdichado progenitor no hace sino atender la necesidad urgente de asimilar proteínas que sufre su pareja, lo que permitirá el rápido desarrollo de su propia descendencia.

Pero cómo señalaba al principio del apunte, más allá de éste sorprendente aspecto de su conducta y del atávico rechazo que nos producen las mantis, debemos saber que desempeña un papel fundamental en el ecosistema al actuar como predador de otras especies de insecto que, como cucarachas, escarabajos, avispas o arañas pueden constituirse en plaga.

Por eso la mantis religiosa es una especie protegida en medio mundo y debemos aprender a respetarla. Además la mantis no pica, no es venenosa, no ataca a las personas, ni transmite ninguna enfermedad al ser humano. Es posible que su presencia intimide, no vamos a negarlo, pero no es un ‘bicho’ peligroso al que haya que eliminar de un zapatazo o una rociada de insecticida, sino una criatura tan espectacular como inofensiva a la que debemos dejar que siga su camino en paz.

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Una mantis religiosa posada sobre unos dedos.

Una mantis religiosa posada sobre unos dedos.

Respecto a su biología y comportamiento, se trata de un animal que habita en terrenos con abundante vegetación y clima templado, dónde se alimenta de todo tipo de invertebrados: no hay presa entre los de ocho o seis patas (arácnidos o insectos) que pueda librarse de su voraz apetito. Incluso la potente coraza quitinosa del espectacular ciervo volante, al que le dedicamos otro apunte de campo en este blog, sucumbe a la potencia de las afiladas mandíbulas de la mantis.