Jordi Vidal

El devenir vital y profesional de Jordi, natural de Vilanova i la Geltrú, parte de la granja y la huerta de sus abuelos. Una relación directa con el entorno natural que poco a poco fue incidiendo en sus inquietudes futuras, que a la postre, le convertirían en el profesional que es hoy.
“Los recuerdos de infancia me devuelven a la granja de mis abuelos. Ellos se dedicaban a la huerta y a la crianza de aves y conejos. Allí pase incontables horas ayudando a mi abuela y a mi padre, aprendimos jugando con mis hermanos a disfrutar de la tierra y de las plantas, de sus olores y colores; de los animales… Creo que fue allí donde sin saberlo empezó mi pasión por la agricultura. Y fue mi abuela quien siempre me decía:
“Cueste lo que cueste has de hacer siempre aquello que te haga feliz””.
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No importa el medio, no importa el tiempo transcurrido; la llamada de la tierra cobra forma en impensables encarnaciones, atendiendo a giros de guion que parecieran alumbrados en un golpe de genio. “Durante años trabajé en el mundo de los seguros i la banca. Pasados los treinta, me di cuenta de que aquel mundo no era el mío, algo faltaba en mi interior. Fue entonces cuando volvieron los recuerdos de mi infancia y las palabras de mi abuela;
Tenía que hacer un cambio en mi vida y luchar por aquello que realmente deseaba. Un cambio de rumbo para hacer aquello que realmente quería, dedicarme a la tierra y disfrutarla.”
Los nuevos senderos transitados por Jordi le guiaron a los viñedos de Milmanda. Allí, escuchó y aprendió; se formó y, con los años, hizo de aquella finca su feudo del día a día. “Milmanda y Grans Muralles. Es aquí donde pude realizar mi sueño de trabajar en aquello que anhelaba.”
Para aquellos amantes del vino que los desconozcan; Jordi tangibiliza sus quehaceres en forma embotellada de la expresión paradigmática de la región: equilibrio y profundidad:
“En la Conca nos adaptamos a dos tipos de terroir. Uno de suelos profundos con pizarras y granitos con poca retención de agua. Otro con suelos arcillosos y menos profundos. Esto, ligado a un clima particular que orbita entre continental y mediterráneo, hace posible vinos como Grans Muralles y Milmanda.”
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Más allá de la pragmatismo inherente al trabajo, Jordi señala la enorme responsabilidad que supone: “Cuidar las cepas de unos viñedos al pie de la Sierra de Prades, con una historia de 1000 años, transmite muchas emociones; Cada día te impregnas de su magia, de sus paisajes, de la variedad de sus colores, sus olores, de sus gentes… Estar en contacto con la tierra y su entorno, y ver su evolución va más allá de un mero trabajo; es una ilusión que se transmite al equipo. Hay que vivirlo para contarlo.”
Jordi es de los que se levanta cada día mirando al cielo, conoce bien la influencia de la meteorología y del trabajo bien hecho; por lo que se muestra muy franco respecto a aquello que le pide a un vino:
“A un vino le pido que emocione, que traslade a sus viñedos, que deje palpar el esfuerzo y la dedicación detrás de su elaboración. Que te llene por dentro para que nunca lo olvides.”
Si uno recibe lo que ofrece en esa suerte de axioma kármico en el que habitamos, Jordi tendrá el gusto y el placer de catar vinos de alma expresiva y calidad contrastada en el transcurrir de los días, para los que buscan alma y verdad en cada copa.