El Lenguaje del Vino sin Barreras

Probablemente, uno de los obstáculos más difíciles de superar para las personas que se acercan al mundo del vino sea el lenguaje que se utiliza para describirlo. Y no deja de ser curioso porque el lenguaje es la manera en que podemos expresar lo que pensamos y sentimos. Así, y ante la imposibilidad de comunicarnos, llega la frustración o el desapego. Algo tan poco agradable como innecesario.
El lenguaje no debe ser una barrera ni una frontera que divida al experto del consumidor, es más, debería ser todo lo contrario. Deberíamos convertir los obstáculos del lenguaje en mera cuestión del disfrute por el aprendizaje. Algo así como introducirse en un nuevo idioma por el placer de comunicarnos en otra lengua aun sabiendo que nunca perderemos nuestro acento.
Cada profesión tiene su terminología propia. Al igual que cada persona tiene su estilo y modo de hablar y escribir. A veces me pasa que no entiendo a los programadores cuando me explican cómo funciona determinado programa informático o a los mecánicos cuando revisan el motor de mi coche, y no hablemos de los médicos… Como en todo, hay profesionales cuyas maneras son didácticas y amenas haciendo inteligible lo casi imposible de entender. Ocurre en el lenguaje del vino que, como los profesores de matemáticas que teníamos en el colegio, algunos hacían que la asignatura se nos atragantase durante todo el curso y otros que nos apasionase.
Existen muchos diccionarios donde se puede consultar el lenguaje técnico, así que pasemos a la práctica. Nada mejor para ilustrarlo que dos textos que definan dos tipos de vinos diferentes:
“Amarillo pajizo brillante con reflejos verdosos. Fresco y aromático. Notas de fruta blanca, exótica y cítrica (pomelo) y herbáceos frescos. En boca es sabroso, vivo y amplio. Sensaciones frutales de manzana verde y albaricoque. Persistente y grato final algo amargoso”. Podría ser la definición de un vino blanco joven de la variedad Albariño. Descrito así impone un poco y nos dan ganas de beberlo sin complicarnos la vida. En realidad, cada palabra va expresando sensaciones que percibimos en un orden concreto. Primero definimos el color, después la impresión en la nariz con algún descriptor específico y finalmente las sensaciones en la boca. Podemos expresar casi lo mismo si decimos que es un vino aromático que nos huele a manzana, muy fresco, chispeante y nos llena la boca de sabores. Es más, seguro que el me gusta o no me gusta está en mente de todos y seguro también que después de probar cinco albariños sabremos de manera intuitiva cuál y por qué nos ha gustado uno más que otro.
Veamos otro ejemplo de cómo podría ser un vino tinto crianza de Tempranillo.
“Picota intenso con ribete violáceo. Complejo, elegante e intenso. Aromas de fruta madura, ciruelas y moras, florales (violetas), canela y clavo, minerales y hojarasca. Equilibrado y goloso en la boca. Fruta en sazón, notas balsámicas, regaliz, incienso…Pos gusto persistente y aromático”. Sería casi lo mismo si decimos que nos huele a fruta negra, especias, que es potente en boca y lo seguimos notando después de beberlo.
El lenguaje de los aromas suele ser complicado. Olemos a algo pero no sabemos qué es, o quizá lo sabemos pero no ponemos nombre a lo que percibimos. Cada uno relacionamos los olores con nuestras vivencias, gustos y práctica. Lo importante es saber que en los vinos casi siempre vamos a encontrar frutas y flores. Y en los que tienen crianza en barrica notas tostadas y especiadas de la madera. Si esto es complicado lo mejor será que poco a poco nos hagamos con nuestro propio lenguaje basado en la los olores cotidianos que reconozcamos.
En general resulta más fácil el lenguaje del vino en la boca. Acido, dulce, salado, amargo o las texturas las relacionamos con nuestro buen hábito de comer. Pero, ¿qué quiere decir cuando leemos cuerpo, amplitud o persistencia?, tres palabras muy habituales. El cuerpo de un vino hace referencia a su sensación de densidad, seguro que si tuvieras que definir un vino como ligero, untuoso, suave, cremoso sería más fácil. Con algunos vinos tenemos la sensación de que nos llenan la boca, es entonces cuando se utiliza la palabra amplitud. Y si después de beberlo aún permanece su recuerdo dirás que es persistente, es decir, un vino largo en el paladar. Otra de las palabras mágicas es acidez. No significa necesariamente que el vino sea ácido. Este es uno de los parámetros más importante en un vino porque nos va a resultar “vivo”, “fresco”, “con nervio” o “plano”. Algo así como con chispa, punzante, jugoso o soso. Seguro que alguna vez te has preguntado eso de qué es un vino equilibrado o redondo. Hace referencia a la armonía, es decir, que no destaque el alcohol o la sensación rasposa en boca o un exceso de acidez, que lo percibamos en su conjunto de manera equilibrada.
Los perfiles del vino son muy variados y su valoración no deja de tener connotaciones subjetivas, así que lo más importante es hacer fácil en lenguaje, divertirnos con las palabras, acercarnos al vino sin prejuicios y, sobre todo, disfrutarlo.
Cristina Alcalá