Cómo elegir el vino de tu boda

Después de años esperando, ahí está. Ese deseado intangible va tomando forma y ya tiene fecha. Con su día, su mes, su año… ¡qué presión! Sabes que nada puede fallar. Y sabes también que, de todo lo que pudiera fallar, lo que menos te conviene que falle es precisamente el vino. ¿Por qué? Muy sencillo. A fin de cuentas lo que importa es el buen sabor de boca con el que se queden los invitados. Y el guateque de después, para qué engañarnos.
El vestido de la novia, la peineta de la madrina, las flores o la disposición de las mesas. Hay tantas variables a tener en cuenta que lo más probable es que surjan a igual ritmo tanto fans como detractores; pero oye, para gustos, las bodas. Sin embargo, ¡ay, el vino! Que tu boda se recuerde por un vino malo... eso no hay quien lo justifique ni lo levante. Un gran acierto sería contar con voces autorizadas en la materia, pero si no las tienes a mano, siempre quedará no alejarsedemasiado de consejos como los que te contamos a continuación:
Elige el vino después de elegir el menú. Importante. Cuando hayas catado todos los platos y confeccionado la minuta definitiva, entonces, y no antes, ha llegado el momento de empezar a hablar de vinos. El apartado líquido debe fluir en armonía con los platos, sin enmascarar ni pasar sin pena ni gloria, y para eso tenemos que saber qué será lo que desfilará sobre la mesa.
Sorprender a todos es complicado. No lo pierdas de vista. La sorpresa tiene mucho que ver con la personalidad y aquí se trata de complacer a la gran masa, no de satisfacer placeres particulares. Ciertamente puede haber algo de riesgo, quizás optar por una zona de producción menos 'mainstream' o por uvas que se salgan del sota-caballo-rey. Pero ojo con los experimentos.
Que sea bueno (por favor). Lo dicho. El vino, no se sabe muy bien por qué, es uno de los grandes temas a comentar. Se entienda o no. Y es que en las bodas se produce un fenómeno insólito por el cual el número de expertos se multiplica de manera exponencial.
¿Empezamos?
Aperitivo 'time'. Un espumoso o un rosado, ya sea con o sin aguja, vendrán de lujo para el calentamiento. Si la boda es en verano asegúrate de que se sirvan bien frescos. Serán irresistibles. Y quedarán monísimos en frío dentro de grandes cubiteras, si el escenario se monta al aire libre.
En la mesa, del blanco al tinto. Hay típicas claves que no fallan. Que si bien a veces uno se sorprende precisamente cuando las ignora, hay momentos en los que no conviene ser demasiado rebelde. Los blancos para platos ligeros, de mar, ensaladas… como antesala de los tintos, ya en las carnes. Te recomendamos que no seas extremista y te quedes en los puntos medios. Ni muy seco ni muy afrutado. Ni muy potente ni que pase desapercibido.
Dulce final. Podríamos inclinarnos por un espumoso, pero no hay nada mejor que cerrar el banquete con un toque de distinción. Opta por un dulce que les deje locos y dé que hablar. Que armonice con los giros que marque en el paladar el postre elegido. Que envuelva el momento de un goloso matiz. Que levante una sonrisa casi nostálgica. Aquí sí podemos correr riesgos porque a quien no le guste siempre podrá apurar la copa anterior.
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