150 AÑOS DE FAMILIA TORRES: Episodios de una vida (1ª generación)

Paradigma del comerciante novecentista, y nacido entre viñedos en el municipio de Sant Pere Molanta, en el corazón del Penedès, Jaime Torres Vendrell, como muchos jóvenes de su tiempo, mira a las Américas con ambición. Son muchas historias de compatriotas que han alcanzado el éxito las que llegan a oídos del joven Torres, que no quiere vivir a la sombra del heredero. Quiere ser el dueño de su destino, erigir su propia vida. Es joven, pero determinado.
Aún no ha cumplido los dieciséis cuando decide emprender camino, metafórico y literal. Llega al puerto de Barcelona donde tras convencer al capitán de un barco, no sin dificultad, consigue subir a bordo. El destino, La Habana, Cuba.
La sangre llama a la sangre. Así, en la isla, no tardó en ganarse la estima de un comerciante catalán que le ofreció un trabajo, cuatro paredes y un peso semanal, ante la insistencia de aquel joven impetuoso. No era mucho, pero era suficiente.
Jaime dormiría de noche bajo el mismo mostrador donde de día despachaba a la clientela, lo que le permitió ahorrarse un alquiler y guardarse para él unos pesos de más. De esta manera y con mucho esfuerzo logró reunir la respetable suma de quinientos pesos de la época. ¡Cuántas cosas podría hacer con ese dinero!

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Eran tiempos de cambios. Convulsos. Jaime lo sabía y se adentraba en lecturas que venían de Estados Unidos. Publicaciones que hablaban de nuevos ingenios, maravillas de la ciencia... y algo más importante, la explotación a gran escala de un nuevo producto destinado a cambiar el modo en el que se mueve el mundo: el petróleo.
El oro negro -decían- revolucionaba la sociedad y el joven Jaime vio su oportunidad. Con un gesto, a medio camino entre inocente y ambicioso; una suerte de impulso afortunado, Jaime Torres envió sus quinientos pesos a una compañía norteamericana a cambio del petróleo que con ese montante pudiera reunir, con la intención de distribuirlo en la isla, donde aún no era conocido. Un todo o nada propio de la juventud que, sin embargo, se revelaría vital para el devenir de Jaime.
La impulsividad de aquella carta hizo sonreír a los gerentes de la petrolera estadounidense. Es evidente que no era la forma habitual de conseguir agentes de venta… ¿Dónde estaba la acreditación de solvencia? ¿Quién era aquél chiquillo?
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Pero de alguna manera, la honestidad y candidez de Torres, les transmitió confianza. El petróleo llegó, así como todo tipo de facilidades para su distribución. En menos de cinco años, Jaime Torres se encontró con millones de pesos, crédito comercial y una empresa plenamente funcional y de éxito. Inquieto como pocos, apostó por diversificar sus negocios: barcos, vinos, carburos, tejidos e incluso, una incursión en el mundo editorial con la creación del Diario del Comercio, dirigido por su amigo, Luis Almerich.
La nueva faceta de empresario hizo del él un hombre observador, con un instinto natural para ver las cosas desde una perspectiva objetiva. Su instinto de supervivencia natural advirtió a Jaime Torres del pronto estallido de la burbuja del petróleo: Los distribuidores de hidrocarburos ya eran legión y era muy difícil competir por un trozo del pastel cada vez más repartido. Torres no lo dudó. No estaba dispuesto a perder lo conseguido, por lo que liquidó la empresa y se llevó con él cuarenta mil duros. Toda su fortuna.
La idea de volver a casa para emprender el proyecto que cambiaría la vida de la Familia Torres era una realidad. El año, 1870.