Las cigüeñas del pueblo
Por Jose Luis Gallego. Divulgador ambiental (@ecogallego)
Una tarde plomiza de febrero, cuando el agricultor regresa al pueblo con su tractor tras arar los campos, descubre en lo alto del tejado de la iglesia la inconfundible silueta de la cigüeña sobre su viejo nido de ramas secas. La imagen genera un gesto de satisfacción en el hombre mientras cita de memoria uno de los refranes más vinculados al paso de las estaciones: “por San Blas (3 de febrero) la cigüeña verás” y piensa para sus adentros “ya están aquí”.
Una pareja de cigüeñas blancas en un nido.
La llegada de las cigüeñas es celebrada desde antiguo por las gentes del campo, que ven en ello una señal de bonanza y armonía en el calendario agrícola. De hecho, la cigüeña blanca (Ciconia ciconia) es una vieja amiga de los agricultores, a los que acompaña en las faenas de labranza desde tiempos inmemoriales. Como buena oportunista, le gusta seguir al arado que va abriendo los surcos en la tierra para capturar lombrices, caracoles y otros pequeños invertebrados.
De hecho, esta sociable zancuda es muy respetada y querida por todos pues su presencia no perjudica en absoluto a las cosechas y en cambio mantiene a raya las poblaciones de insectos o roedores que pueden resultar perjudiciales para los cultivos, como langostas y topillos.
Muy fácil de identificar por su inconfundible silueta y su característico plumaje de color blanco y negro, tiene las patas alargadas y finas, de color rojo coral, al igual que el pico: muy largo, robusto y afilado. Las alas son de vértice redondeado y con las plumas primarias muy separadas: como gigantescos dedos con los que diera manotazos al aire para volar.
Ejemplar de cigüeña blanca en un prado.
Vive en áreas rurales o urbanas, dónde instala la gran plataforma del nido en puntos elevados que le permitan tener buena visibilidad: desde campanarios hasta chimeneas abandonadas, torres de alta tensión, antenas y cualquier otro punto alzado sobre el paisaje.
Construye sus grandes nidos con ramas y sarmientos, pero no duda en aportar todo tipo de materiales que le llamen la atención en sus batidas por los campos, unos aportes que irán en aumento año tras año. Debido a ello con el paso del tiempo los nidos de cigüeña blanca pueden llegar a superar los tres metros de altura por dos de diámetro y alcanzar las dos toneladas de peso. Algo que, en caso de las grandes colonias de cría, puede plantear problemas de seguridad vial y de mantenimiento de los edificios.
Pero la fenología de estas aves, es decir su relación con el calendario, también está viéndose alterada por la crisis climática, que les afecta de diversas maneras. Por ejemplo con el avance de la puesta de los huevos, que por norma general tiene lugar entre marzo y abril y consta de entre dos y cinco huevos blancos. Pasadas las cinco semanas de incubación por parte de los dos miembros de la pareja nacen los pollos, que empezarán a volar a partir de junio. Cuando se alzan en los nidos, los jóvenes cigoñinos se diferencian de sus padres por tener las patas y el pico de color negro.
Una singularidad muy curiosa de las cigüeñas es que son completamente mudas, pues carecen de siringe, que es el órgano fonador de las aves. Para comunicarse utilizan el crotoreo: un melódico repiqueteo de las dos palas de su largo pico, semejante al sonido de las castañuelas, que permite a los individuos intercambiarse mensajes de reconocimiento o aviso.
Cigüeña blanca en su nido.
La población española de cigüeña blanca atravesó un momento muy delicado a mediados de los años 80 del pasado siglo, cuando el uso indiscriminado de venenos en el campo, la pérdida de humedales y la caza furtiva redujo las poblaciones hasta llegar a un mínimo de 6.000 parejas censadas en 1984.
Sin embargo, hoy en día, con más de 50.000 parejas repartidas por toda la península, la cigüeña blanca ha dejado de ser una especie amenazada para convertirse en una inquilina cada vez más habitual de los tejados en buena parte de las ciudades y pueblos españoles.
A ello contribuye el sorprendente proceso de adaptación a los nuevos tiempos que ha realizado esta inteligente ave, que ha dejado de merodear por lagunas y charcas a la busca de algún anfibio que llevarse al pico, para asegurarse su sustento en los vertederos, dónde ha descubierto un aporte de alimento variado y constante.
Otra de las pautas de comportamiento que está cambiando en las cigüeñas como consecuencia del cambio climático es su hábito migratorio. Tradicionalmente estas aves migraban a sus cuarteles de invierno situados en África al llegar el verano, coincidiendo con la escasez de agua en nuestros humedales.
Sin embargo cada vez son más las cigüeñas que, ante el lento pero constante aumento de las temperaturas invernales en España, deciden quedarse aquí todo el año. Por eso los científicos que siguen la evolución de la crisis climática señalan a esta especie como un bioindicador del calentamiento global que está experimentando el planeta.