La ardilla roja: la gran acróbata del bosque ibérico
Por Jose Luis Gallego. Divulgador ambiental (@ecogallego)
Inquieta, vivaracha y muy curiosa ante nuestra presencia, la ardilla roja (Sciurus vulgaris) es un roedor arborícola de estampa inconfundible. Su larga cola, densamente poblada, los penachos de las orejas y el gran tamaño de los cuartos traseros, permiten una rápida identificación. Además, se trata de uno de los mamíferos silvestres más abundantes y ubicuos, por lo que lo que resulta bastante probable encontrarse con ella si paseamos por una arboleda, ya sea por un bosque de montaña o un parque urbano.
Ejemplar de ardilla roja en un árbol. Fotografía de: Ana Mínguez
Para localizarla basta con detenerse un instante y fijar la atención a la copa de los árboles para intentar sorprenderla saltando entre las ramas. La ardilla es de hecho la gran acróbata del bosque ibérico. Su desarrollada musculatura le permite dar saltos en el vacío de más de un metro de distancia, describiendo todo tipo de piruetas aéreas, mientras que los dedos de las manos, muy desarrollados y acabados en uñas largas, le aseguran un agarre perfecto en cualquier situación. Las persecuciones entre machos durante la época de celo resultan particularmente espectaculares en ese sentido.
Las ardillas se alimentan básicamente de piñas maduras y verdes, granos, semillas, avellanas y otros frutos del bosque. Tienen la costumbre de ocultar comida en agujeros excavados en la tierra o en oquedades de los troncos que, a manera de despensas, localizan por el olfato en momentos de escasez. En verano pasan buena parte del día sesteando en sus escondites y contrariamente a lo que se cree no hibernan. Tienen dos camadas al año (marzo y agosto). La hembra puede alumbrar hasta cuatro crías en cada parto. Mide entre 20 y 25 cm, pesa alrededor de 250 gr y su larga cola llega a medir tanto como su propio cuerpo.
Exclusivamente forestal y básicamente arborícola, la ardilla roja es el mamífero mejor adaptado a la vida en el bosque, tanto de coníferas como de frondosas. Se distribuye por toda la península ibérica y cuenta con diferentes subespecies asociadas a cada área de distribución que se distinguen básicamente por el color del pelaje.
Ejemplar de ardilla roja. Fotografía de: Ana Mínguez
Se alimenta básicamente de piñas maduras y verdes, granos, semillas, avellanas, nueces (que logra perforar con sus potentes mandíbulas y afilados dientes) y otros frutos del bosque. Como decía, posee una extraordinaria habilidad para ocultar el alimento en agujeros excavados en la tierra, que funcionan a manera de despensas. Unas reservas que volverá a localizar por el olfato cuando llegue el invierno y la nieve y el hielo hagan difícil la subsistencia en el monte. Las acumulaciones de cáscaras de avellanas vacías, nueces partidas y sobre todo piñas roídas son los restos más habituales que dejan las ardillas en el suelo del bosque, y la mejor pista para localizarlas.
Su tremenda agilidad la convierte en una de las presas más difíciles de capturar para sus principales enemigos, como la marta o la garduña, la gineta, el búho real y otras rapaces diurnas. Sin embargo ha desarrollado un sofisticado sistema para zafarse de sus enemigos y rehuir el ataque. Un ataque que en la mayoría de los casos se dirige hacia su voluminosa cola, que la ardilla no duda en exhibir como señuelo para soltarla de modo similar a las lagartijas, de manera que ahí se queda la marta o el cárabo, agarrados a la cola de la ardilla mientras ven a ésta huir sin ella para regenerarla a los pocos días.
Las ardillas desarrollan gran parte de su vida en los árboles. Inician su actividad nada más despuntar el día y son exclusivamente diurnas. En verano pasan buena parte del día sesteando en sus escondites, a menudo viejos nidos abandonados de pájaro carpintero, para evitar así el intenso calor.
Ejemplar de ardilla roja en el suelo. Fotografía de: Ana Mínguez
La abundancia o escasez de alimentos en el bosque determina el inicio del período de reproducción de nuestra protagonista, que suele abarcar desde finales de enero a mediados de abril. Los nidos están formados por masas entrelazadas de hojarasca que suelen situar en las horquillas de los árboles. La gestación dura aproximadamente mes y medio y, tras nacer, las crías ocuparan el nido de mayo hasta julio, permaneciendo junto a los padres hasta alcanzar la madurez sexual.
Uno de los principales enemigos de las ardillas rojas es el gato asilvestrado que suele protagonizar batidas por los parques urbanos y las arboledas de los pueblos. Pero en los últimos años la mayor amenaza para esta especie autóctona es la presencia de una especie invasora que compite con ella y está expulsándola de sus territorios: la ardilla gris (Sciurus carolinensis).
Esta especie exótica llegó a Europa procedente de Estados Unidos, probablemente como polizona de algún barco o simplemente tras escapar de su cautividad en un terrario, y ha conseguido adaptarse perfectamente a nuestros ecosistemas forestales, alterando su equilibrio. Al contrario que la especie autóctona, la ardilla gris es mayor en tamaño, tiene una alimentación más variada y llega a sacar adelante dos camadas al año. Además puede transmitir una enfermedad letal a la ardilla roja. Debido a ello en muchos lugares de Europa, como Reino Unido, la especie europea está en retroceso.
El problema es tan serio que la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) ha incluido a la ardilla gris en el listado de las cien especies invasoras más perjudiciales para la biodiversidad del planeta. En algunos países como Reino Unido, Irlanda, Italia, Francia, Suiza o Alemania se están llevando a cabo campañas de control de este bioinvasor para evitar su avance. En España el problema es igualmente grave y la ardilla roja empieza a dar síntomas de regresión ante la presencia cada vez mayor de la gris.