El espectacular lagarto ocelado
Por Jose Luis Gallego. Divulgador ambiental (@ecogallego)
Entre todos los animales que abandonan sus escondites al final del invierno para recobrar su actividad en los campos de primavera hay uno que, por su espectacularidad y belleza, llama especialmente la atención de los amantes de la naturaleza. Y en este caso no se trata de un mamífero salvaje o un ave silvestre, sino de un reptil, quizá el más espectacular de la fauna ibérica: el lagarto ocelado, al que los herpetólogos clasifican con el nombre científico de Lacerta lepida o Timon lepidus.
Ejemplar del lagarto ocelado.
Los reptiles aparecieron en la Tierra en el carbonífero, es decir, hace 360 millones de años, por lo que figuran entre los seres vivos más veteranos del planeta. Pero es que, además de llevar aquí mucho más tiempo que nosotros y por lo tanto merecer nuestro obligatorio respeto, en el caso de nuestro protagonista su mayor afán es descansar tranquilamente en su escondrijo para salir durante las horas centrales del día, ya sea para solearse sobre las rocas o buscar alimento por su área de campeo.
Un territorio que defenderá eso sí ardorosamente ante la intrusión de cualquier otro congénere, especialmente durante la época de celo, en la que llegan a propinarse graves mordiscos con las potentes mandíbulas que pueden dejarles profundas cicatrices. Por lo demás, el ocelado, como el resto de los lagartos, nunca entra en conflicto con nosotros, no causa ningún daño a los cultivos ni representa ninguna clase de amenaza para el ganado doméstico.
Se alimenta básicamente de caracoles, arañas e insectos. De vez en cuando algún huevo de pájaro y, si se da la ocasión, alguna musaraña, un ratón, un topillo o incluso una lagartija. Respecto a nosotros, lo dicho: los lagartos no muerden, no pican, no atacan y, por supuesto, no son venenosos. Entonces ¿a qué se debe esa reacción atávica de repulsa, ese pánico ancestral que sentimos hacia los reptiles de mayor tamaño como el gran ocelado? Sin duda al desconocimiento. Por eso resulta especialmente oportuno dedicarle una de nuestras entregas dedicadas al descubrimiento del entorno natural.
El lagarto ocelado es el mayor de los lagartos europeos, pudiendo superar los sesenta centímetros de longitud desde el hocico hasta la punta de la cola. El macho, más grande que la hembra, es un animal realmente espectacular. Lo que más llama la atención de su fisonomía es su prominente cabeza, triangular y maciza, que suele mantener erguida, elevándose sobre las patas delanteras con la mirada al frente, en actitud desafiante.
Es de color verde amarillento, profusamente adornado de pintas negras y amarillas en el dorso, que se asemeja a un esmerado y profuso tatuaje. Presenta unas características marcas azules en el costado llamadas ocelos, que le dan nombre y que adquieren una tonalidad muy llamativa en los machos durante el período de celo, que en España suele tener lugar entre abril y mayo. Tiene el vientre y la parte inferior de la garganta de color blanco. Cola larga y estrecha, rayada de negro sobre verde claro que a menudo aparece amputada como consecuencia de los combates territoriales.
Suele instalarse en roquedos, pedregales, viñas y lindes de los caminos cercanos a bosques de secano, especialmente aquellos que cuentan con abundante matorral. Una espesura en la que se adentrará para esconderse en caso de ser descubierto por un posible enemigo: un zorro, un gato montés, el águila culebrera, la culebra bastarda o el más temible de todos ellos; el ser humano. En esas situaciones, y debido a su gran tamaño, su huída suele ser rápida y ruidosa, lo que puede provocar nuestro sobresalto.
Mucho más pequeño que el ocelado, el lagarto verde (Lacerta bilineata) no suele superar los treinta centímetros de longitud, siendo fácil de diferenciar por su coloración superior, de un llamativo verde chillón y finamente punteada de negro. Las partes inferiores son de color amarillo intenso y sin manchas: esta característica lo diferencia del lagarto verdinegro (L. schreiberi). El macho tiene la cabeza levemente azulada, una bella tonalidad que se acentúa durante el período de celo, en primavera, para tornarse intensamente azul. A diferencia del lagarto ocelado, que se extiende por todo el territorio, el verde ocupa exclusivamente una estrecha franja del noreste peninsular, desde Cantabria a Cataluña.
Ejemplar de lagarto verde.
Pese a actuar como controladores biológicos de las plagas de insectos o roedores que pueden arruinar cosechas y dañar cultivos, y lejos de ser considerados como aliados naturales, los lagartos, como los ofidios (serpientes y culebras), viene sufriendo el desprecio o incluso el odio del ser humano, que en numerosas ocasiones responde a su encuentro capturándolos para darles muerte.
Superar ese instinto y respetar su presencia sería una buena contribución a la conservación de estos espectaculares e inofensivos seres vivos. Unas especies que se encuentran en plena regresión por culpa de la destrucción de sus hábitats, el avance de la agricultura industrial, el uso abusivo de plaguicidas y las consecuencias del cambio climático, y que lejos de representar una amenaza para nuestros intereses, desempeñan un papel fundamental en los ecosistemas silvestres, contribuyendo a mantener el equilibrio ecológico de los campos.