Otoño: Cuando la viña se sonroja

Es imposible retener la emoción cuando uno contempla cualquiera de nuestros paisajes otoñales. La humedad va calando en los bosques, el musgo empieza a inflarse para mantener hidratado el ambiente y la hojarasca cubre el suelo. Todo ello favorece la aparición del fruto más preciado del otoño: las setas.

Están madurando la mayoría de los frutos: desde el castaño y la encina hasta el madroño y los olivos. Los cielos son un tránsito constante de aves migratorias, que con sus bandos en forma de flecha nos indican que el tránsito de las estaciones está en marcha. Nos abandonan cigüeñas y milanos, y empiezan a llegar los grandes bandos de aves acuáticas que colmarán nuestros aguazales. Mientras tanto, en las dehesas y los prados abiertos de nuestros montes tiene lugar uno de los espectáculos más impresionantes de la fauna ibérica: la berrea del ciervo.

Desde hace unas semanas los machos empezaron a levantar la tierra con los cuernos para depositar la orina y el semen. Es su manera de marcar el territorio, de avisar a los jóvenes que pretenden rivalizar por el dominio sobre los rebaños de hembras que se están metiendo en problemas. El que viene detrás hace lo mismo para avisar al siguiente. Si la cabaña es grande, y en la península ibérica tenemos más de 50.000 ciervos, llegan a formarse auténticos lodazales cuyo agrio olor se percibe desde lejos.

Pero la berrea deja también marcas en los árboles. Los machos llevan semanas preparando el momento del celo. Durante este tiempo se han ido dedicando a la restriega de las cuernas contra ramas y troncos para limpiarlas de la borra: el terciopelo que las cubre al surgir. Por eso las cortezas de encinas, robles y pinos están arrancadas. También abundan los revolcaderos donde se desparasitan y limpian el pelaje. Hay que estar bien mudados para la cita.

A finales de octubre finaliza la berrea en nuestros montes. Los machos dominantes han cubierto a las hembras (fértiles durante solo un día) dejando alguna monta para los menos afortunados. Cumplida la cita anual con la reproducción, ellos vuelven al interior del bosque para seguir con su vida solitaria, mientras las hembras y los jóvenes seguirán formando rebaños que se mantendrán unidos todo el invierno. La gestación de las hembras dura ocho meses, por lo que antes del próximo verano nacerán los cervatillos.

Y mientras todo esto ocurre en los bosques, finalizadas ya las labores de la cosecha, con los tractores en el cobertizo y las bodegas preñadas de mosto, los viñedos se han reservado los amarillos, los rojos y los ocres para despedir la temporada. La viña se dispone a extender ahora toda su gama de colores sobre los campos.

Para muchos amantes de la naturaleza se trata de uno de los paisajes más bellos que existen: el momento del año en el que la vid, cumplida ya su labor productora, pide la palabra para despedirse a lo grande, demostrando al paseante hasta qué punto la viticultura es arte más allá del vino.

Les invito a que disfruten de nuestra naturaleza en otoño, quizá uno de los mejores momentos del año para apreciar la inmensa belleza que acogen nuestros paisajes. Y sobre todo les propongo que, en una de esas tardes de lluvia fina que nos brinda el otoño, antes de que llegue el frio, cojan el paraguas y anden el camino que lleva a las viñas para, una vez allí, dejar que los sentidos se empapen, pero no de agua, sino de arte: de todo el arte que es capaz de destilar en esta época del año uno de los ecosistemas más bellos de nuestra naturaleza.