LA MADERA DE LAS BARRICAS
En un principio, la utilización de barricas de madera tenía como objetivo principal el almacenaje, transporte y conservación del vino; sin tener demasiado en cuenta la influencia física y organoléptica en los productos resultantes. Poco más que un simple recipiente. De ahí que se emplearan diferentes maderas que procedían de acacias, álamos, hayas, castaños o cerezos, colindantes con las explotaciones vinícolas.
Era común que las explotaciones vinícolas albergaran su propia tonelería para la elaboración de barricas.
Con el tiempo y la experiencia adquirida, los elaboradores centraron su atención en el roble y los matices aromáticos, así como las propiedades físicas, que éste aportaba al vino.
Barricas en la bodega Purgatori, propiedad de Familia Torres
De las más de las 250 especies de roble pertenecientes a la familia Quercus, sólo tres se emplean para la producción de barricas: el roble albar, el roble común y el roble blanco americano. Dependerá del perfil de vino que el enólogo quiera conseguir, la utilización de uno u otro, viendo a su vez a la procedencia, el tamaño y la edad de la barrica (nueva o de varios usos), el grado de tostado (a mayor tostado, menor aporte de taninos) y las diferencias aromáticas que presentan. Lo que nos lleva a los principales orígenes de los robles que hoy en día se emplean en la elaboración del vino: Francia, Estados Unidos y Europa del Este.
Las propiedades físicas del roble son incomparables para clarificar y estabilizar el vino, como de añadir profundidad al color de los tintos y suavizar la textura de los vinos elaborados.
El roble americano presenta un exótico perfil que nos recuerda a especias dulces y coco, humo y tabaco; aromas de mayor intensidad derivados del método de dentado. Los robles procedentes de Europa del Este o los países bálticos, si bien no tienen un perfil tan marcado, siguen siendo de utilidad. Pero es el roble francés el que sigue siendo el más apreciado.
Las barricas de roble americano son más duras e impermeables y sus poros tienen un tamaño mucho mayor que los del roble francés. Así, los extractos de la madera se transmiten al vino con mayor facilidad, más precipitada, reduciendo la astringencia y aspereza de manera más rápida.
En el país galo, el roble de los bosques de Limousin es el más respetado para la elaboración de coñacs y brandies. Mientras que los robles de Nevers, Alliers o los Vosgos se muestran insuperables en su uso para con el vino.
En los bosques de Limousin crece el roble común. Si el árbol se ha desarrollado con poca competencia vegetal y en un suelo fértil, las vetas de su madera serán más marcadas (el espacio entre los anillos interanuales será más ancho) ya que el crecimiento de primavera, que se refleja en una madera más porosa que la del verano, se hace más evidente. Por el contrario, en el centro y en Allier, donde el roble predominante es el albar, la menor fertilidad del suelo y la competencia e influencia de otras familias de árboles, ralentiza su crecimiento. Es por ello por lo que la madera de estos robles será de vetas y poros más finos.
Diferentes análisis de la composición de la madera demuestran que el roble albar presenta una mayor concentración de componentes aromáticos del tipo de la vainilla y la metiloctalactona. El roble común, por su parte, exhibe mayor contenido en fenoles (taninos).
Antes de ser trabajada, la madera se almacena al aire libre. En este proceso de secado se eliminan los sabores y taninos desagradables o bien excesivos mediante la acción de los elementos climáticos.
El roble europeo en general y el francés en particular, presenta una madera más blanda, porosa y de tanino más fino; requiere de mayor trabajo y sacrifica más materia prima debido a su particular método de extracción (no se utiliza el aserrado, sino la hendidura), para ofrecernos unas características aromáticas que orbitan sobre sabores que nos recuerdan al pan tostado, notas de lácteos (mantequilla) y vainilla.
La porosidad de las barricas permite una lenta y controlada oxigenación del vino, afinando sus taninos (y aportando los propios); otorgando estabilidad al color y una mayor complejidad en su textura.
Los poros más finos del roble francés hacen que la transmisión de sus extractos sea más lenta, progresiva y equilibrada. Este hecho se verá reflejado en los vinos resultantes, que presentarán un perfil más elegante, delicado y ciertamente distintivo, por lo que es la madera elegida para los vinos más cuidados y excelsos.
Barricas en la bodega Purgatori, propiedad de Familia Torres
En Familia Torres creemos firmemente que el aporte de las notas de roble es una parte importante, si bien, en un rol de acompañante de algunos vinos y nunca como un elemento dominante que diluya el factor varietal como principal expresión de su origen. Para ello utilizamos barricas de 300 litros de capacidad, en lugar de las más tradicionales, que albergan 225 litros.
Así, vino y roble se manifiestan en una simbiosis de afinidad probada. El abrazo entre dos regalos de la naturaleza concebidos para complementarse.