LA FLORACIÓN DE LA VID

Se la sabe y se la espera, aunque no deja de maravillarnos; una suerte de anclaje a la realidad anual -cromática- de la tierra, nuestra tierra: La floración de la vid.

Si atendemos a cualquier fuente que se precie, la floración es el momento vegetativo de la vid en el que se abren las flores; tras las primeras inflorescencias, precedidas de la brotación. Pero es mucho más. Se trata de una celebración; ser testigos de una explosión expansiva y multicolor. Vida libre que anticipa el fruto venidero con el que vestiremos de expresión e identidad a nuestras etiquetas.

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Aspecto de la finca Fransola, en los altos viñedos del Penedès (propiedad de Familia Torres) en fase de floración.

En los hábitos de la viticultura tradicional se suele contar cien días desde la floración hasta la vendimia.



Si bien, el cambio climático amenaza con adelantar en el calendario tal atávica estimación… Pero lejos de la inestimable visión estética de tal precioso suceso, la floración es extremadamente importante en términos de pragmatismo, ya que determinará las dimensiones de la cosecha. Ni más ni menos.


El ser humano propone, la naturaleza dispone. Así, después de la floración se da la posibilidad de evaluar de manera estadística el grado de generosidad de la madre naturaleza para con nosotros. Saber si las tareas de cultivo han transmitido la fertilidad a las vides, o si el número de racimos está bien proporcionado en función del nivel de madurez deseada.

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La floración suele durar una semana; siete días que parecen años cuando las primeras heladas de primavera y la lluvia inesperada amenazan la fragilidad de una nueva vida. Siete días de atenciones y cuidados; siete días en los que cada día se mira al cielo.



Del ocre y tierra en la paleta invernal, la primavera deja paso a una explosión de vida y color. Un cromatismo explosivo y natural que despierta de un largo letargo para ofrecernos la estética y la ética de la tierra. Por ello, es nuestra responsabilidad asegurar la continuidad del ciclo vegetativo de la vid; mimar y cuidar, desde la experiencia, un proceso natural previo a nuestra existencia. Todo el respeto a nuestra madre Tierra.