DE TONELES Y TONELEROS
De todos los oficios que se derivan de la elaboración de vino, quizás sea el de tonelero uno de los que más ha contribuido a lo largo de la historia al desarrollo de la cultura enológica. Facilitadora del transporte, la conservación y la evolución del vino, la barrica de vino es mucho más que un mero continente.
Porque para llegar a la medular del espíritu del tiempo que viste al vino, éste debe recorrer el sendero de la crianza, el sueño de los justos a manos de un Morfeo con ínfulas de Baco que transpira en la oscuridad de la bodega, para despertar de su letargo en una nueva encarnación perfilada con el cincel de la madera.
Existe cierto disenso sobre el origen de la barrica panzuda con sus duelas que conocemos hoy. Algunos señalan a la Galia y en como los romanos adaptaron para el vino lo que la cerveza había creado. Otros sitúan su origen en la cultura etrusca, alrededor del s. VI. Sea como fuere, la característica intrínseca de la madera hace muy difícil hallar restos arqueológicos que certifiquen una u otra tesis.
Imagen de la última barrica de vino, ya desarticulada, en la antigua bodega de los monjes benedictinos (s.XVIII), justo debajo de la actual bodega Purgatori (DO Costers del Segre), propiedad de la familia Torres.
Durante la Edad Media, del mismo modo que ocurría en la finca Mas la Plana, reyes y señores feudales poseían sus propios toneleros para elaborar y reparar barricas, haciendo las veces de ‘coperos’ (échanson), de lo que hoy podríamos entender como la génesis del actual sumiller. El oficio, que se ejercía libremente, pasó a ser regulado y reglado por la aparición de los primeros gremios.
En Catalunya, la formación se prolongaba durante cuatro años, cuando el alumno alcanzaba el nivel de Maestro Tonelero y podía construir una barrica de 120 litros por sí solo. Este hecho destaca la percepción por parte de la sociedad de este oficio como algo importante y de prestigio.
Imagen de la Vertical Wine Experience, donde se explora la evolución del vino, incluyendo cata en barrica.
El roble redondea, suaviza y matiza los taninos del vino, modifica y estabiliza el color. Lo que fue fruta de juventud rotunda y fresca, deviene en compleja madurez. Arte, al fin y al cabo.
Procedente, principalmente, de los bosques de Alliers o Nevers en Francia, de la indómita frondosidad de Norte América o de la venerable anciana Europa del Este, la madera de roble sigue siendo hoy el estandarte de la crianza pausada para los vinos de mayor prestigio. Un entendimiento que parte de la innovación y el ingenio para culminar en el paladar. Del bosque a la copa. De la tierra, al corazón.