VARIEDADES ANCESTRALES

03 Diciembre 2019

La importancia de las variedades ancestrales trasciende a la propia idea de elaborar vino. Porque, más allá del valor enológico, suponen un valor medioambiental, identitario y cultural que redescubre parte de nuestro pasado en una suerte de arqueología inversa, que apunta al futuro de nuestros vinos y nuestro territorio.


Forcada, pirene, gonfaus, moneu y querol ya forman parte de un patrimonio ampelográfico que nos hablan de lo que fuimos y de lo que queremos ser, como elaboradores y como familia.

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Racimo de la variedad querol, cultivada en la Conca de Barberà.

La variedad querol lleva el nombre de la población donde fue hallada, en el límite del Penedès. Plantada y aclimatada en la finca Muralles, de la DO Conca de Barberà, se trata de una variedad especialmente curiosa, ya que es una de las pocas variedades que es del todo femenina. Su flor no es hermafrodita, como ocurre en la mayoría de las cepas viníferas, y esta característica se refleja en el menor tamaño de sus bayas y en su rico potencial organoléptico que orbita sobre intensas notas frutales, joviales, que tornan en confit con tiempo de guarda en botella.


Las variedades pirene y gonfaus proceden ambas de Costers del Segre, pero cultivadas a distintas altitudes. La variedad pirene se aclimata en Tremp, en la finca de mayor altitud, por lo que concentra en su nariz una intensidad enorme, de rica fruta y sutil elegancia. Por contra, gonfaus habita en la finca más árida, en les Garrigues. Ésta destaca por un rendimiento limitado y una inherente resistencia a la sequía, características que se antojan fundamentales para la consecución de vinos de alta calidad en tiempos presentes y venideros.

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Racimos de la variedad pirene y gonfaus, ambas cultivadas en el pre-Pirineo

Originaria del Penedès y cultivada en el Penedès central, la variedad moneu muestra una intensa macedonia de frutos negros, fresca, elegante y de buena acidez. Mientras forcada, cultivada en el Alt Penedès, es la única variedad blanca vinificada. Posee pleno sentido enológico; es muy aromática y de diferencial acidez, favoreciendo un gran potencial evolutivo. De perfil fresco, destacan las notas cítricas y de flor blanca.


El valor identitario de estas variedades descansa en el propio hecho cultural del vino; aquellas prácticas en sociedad y para con la vid que nos definen como territorio, como personas. La recuperación de estas joyas ampelográficas nos diferencia y nos permiten proyectarnos al mundo de la mano de un patrimonio vivo y muy nuestro.

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Racimo de la variedad forcada (cultivada en El Penedès superior)

El valor medioambiental de las variedades recuperadas y su relación con el entorno natural, más allá de lo espectacular del cromatismo en la viña, radica en una asombrosa capacidad de adaptación a un nuevo contexto climático que acentúa un preocupante estrés hídrico. Esta mayor resistencia a la sequía se antoja fundamental en los vinos a elaborar en un futuro a medio y largo plazo.


La recuperación y el cultivo de variedades ancestrales es la parte tangible de una visión, de una responsabilidad para con nuestro entorno y la cultura de la vid. Arqueología de lo que fuimos cimentada en largas raíces que se hunden en la tierra, sobre la que seremos.