VÍCTOR CORTIZO

16 Octubre 2018

Será la influencia del Atlántico. Será que en esa precisa (y preciosa) esquinita, donde el mundo terminaba y los horizontes ya no eran propios, sólo queda mirar tierra adentro. Allí, los viñedos imposibles de las Rías Baixas, salpicados de blancas acideces y rotundas tintas, han sido testigos de infancias de vendimia y cuna de vocaciones inevitables. Como la de Víctor, que rebobinando en su historia, sentencia:

“Mi infancia es vino.”

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Víctor, natural de Xeve, Pontevedra, pasó de niño a hombre entre las viejas viñas de cepas de variedades autóctonas gallegas que cultivaban sus abuelos con desconocimiento, pero con mucha ilusión.

Recuerdo con claridad las verdes parras de albariño y caiño entre las que pasaba las tardes del verano con mi abuelo; el tintineo de la carraca de la vieja prensa de husillo de mis abuelos; el sonido de la brisa cálida del verano agitando los pámpanos y hojas de las viñas. Me encanta visitar las viñas los días de brisa.

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Uva de la variedad albariño, propia de la DO Rías Baixas

Vienen a su nariz, y lo imaginamos en las nuestras, los recuerdos de aroma de pastelería, melocotón en almíbar y manzana madura. Memoria olfativa de aquellos albariños caseros elaborados con uva demasiado madura y con una maloláctica completa e untuosa.


No podía ser de otro modo. Es inevitable pensar que alguno de esos recuerdos calara hondo en el joven Víctor. Imaginar la excitación de quien se sabe con un nuevo sendero ante sí; la emoción de consagrarse al vino y la tierra. Y como en toda buena historia, el punto de giro sucede al final del segundo acto: “Lo cierto es que siempre había visto la viticultura como un hobbie de tradición familiar, pero no me plantee dedicarme a ello hasta que llegué a la universidad: cursaba Químicas en la Universidad de Santiago y en 3º de carrera una catedrática de Química Analítica nos planteó unas clases prácticas sobre análisis de polifenoles de vino. Para realizar estas prácticas decidí llevar los vinos que elaborábamos en mi casa, razón por la que quizás mostré un mayor interés por el resultado. Aquellas clases me marcaron de tal modo que, cuando terminé en Santiago me fui a la URV (Universitat Rovira i Virgili) a estudiar Enología.”

Habemus enólogo. Ergo, ahora nos preguntamos sobre los vinos paradigmáticos de la región y el aporte personal distintivo en sus elaboraciones con la Familia Torres.

“Para mí, lo principal es potenciar la esencia del terroir, y resaltar los aromas más varietales del vino. Dar longevidad potenciando su acidez fresca y trabajando la crianza con sus líasmpara aportarle una estructura que nos ayude a mantener vivo el vino durante años.”

Un gran proyecto conlleva una gran responsabilidad. Víctor es consciente que “el proyecto de la Familia Torres en la DO Rías Baixas todavía está arrancando, aunque las expectativas en la DO son muy buenas y existe mucha expectación por conocerlo. Se respeta y admira desde hace muchos años en el panorama enológico gallego a nivel de calidad, innovación, desarrollo y apuesta medioambiental.”


En lo personal, este nuevo reto dista mucho de aquellos primeros análisis del vino de la bodega de su abuelo, por lo que el epítome de enólogo feliz, lo encarna Víctor. Se siente libre y motivado. Y no es para menos.

Tengo toda mi ilusión puesta en esta aventura, lo siento como algo mío; ya que el proyecto empieza conmigo y yo empiezo con el proyecto, lo que me ilusiona excepcionalmente.”

Y es que alguien decía, y con razón, “trabaja en aquello que te guste y no trabajarás nunca más”. Víctor vive, ama y admira su profesión, a pesar del sacrificio que el oficio conlleva. “El vendimiar cada parcela cuando llega el momento de la inmersión en el viñedo, donde las jornadas se alargan y me veo incapaz de irme a la cama si la última prensada del día no ha terminado, hasta que los mostos quedan debidamente protegidos y controlados en sus depósitos.”

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Víctor Cortizo, enólogo y responsable de Pazo Torre Penelas (DO Rías Baixas).

Uno, visto los antecedentes de compromiso y perfección, puede atreverse a adivinar en Víctor un amante del vino de lomás exigente. Sin embargo, su modus operandi se sirve del sentido común:



“Saber en qué lugar nos encontramos en cada momento para exigir un determinado nivel, siempre que un vino sea franco, correcto y sin defectos debemos saber juzgarlo en función de su realidad. Para mi catar un vino es una expresión de nuestros sentimientos.”



Si en el alma del vino descansa todo cuanto un ser vivo puede ofrecer, nuestros vinos, con gente como Víctor, exhiben de opulenta humanidad.