LOS GRANDES VIAJEROS DEL OTOÑO

25 Septiembre 2018

Por Jose Luis Gallego, naturalista y divulgador ambiental.

Pasados los calores estivales, mientras los viñedos aguardan las labores que suceden a la vendimia y llega el turno de obtener rendimiento a la cosecha en la bodega, el cielo acoge el constante ir y venir de unos singulares viajeros en ruta hacia el sur.

Como todos los años, cumplido ya el período reproductivo, los grandes bandos de aves migratorias que llegaron en primavera a nuestros campos inician el regreso a sus cuarteles de invierno. De ese modo, grandes aves veleras como la cigüeña blanca, rapaces como el alimoche o el halcón abejero y pájaros de todos los tamaños y de diversas especies cruzan el cielo rumbo a África antes de que llegue el otoño.

Pero su ausencia no creará vacío en nuestros campos, bosques y viñedos, pues pronto será cubierta por las aves que en las próximas semanas arribarán desde los países del norte para alegrar durante los próximos meses nuestros paisajes escarchados.

En Eurasia los contrastes climáticos marcan claramente el ritmo fenológico de los seres vivos. Debido a ello, existe un gran número de aves de numerosas especies que, en lugar de hibernar como hacen mamíferos y reptiles para superar los rigores climáticos, optan por realizar largos desplazamientos en busca de la bonanza, viajando desde nuestros paisajes hasta las planicies pre-saharianas, o incluso más abajo, cruzando el inmenso desierto del Sáhara, para llegar hasta la región de los grandes lagos.

Estamos hablando de una hazaña protagonizada por avecillas tan diminutas como la golondrina común, que con apenas veinte gramos de peso cubre trayectos de más de tres mil kilómetros, atravesando las arenas del mayor desierto del planeta, sin agua en la que beber ni árboles en los que posarse.

MAS DE 5.000 MILLONES DE AVES

Según los estudios científicos sobre la migración de las aves el tránsito de éstas entre el continente europeo y el África subsahariana moviliza anualmente en torno a cinco mil millones de individuos pertenecientes a más de doscientas especies diferentes. Una infinidad de pájaros de todos los tamaños y libreas que, obedeciendo la ancestral impronta genética de la supervivencia, cubren unas curiosas y a menudo misteriosas (por inexplicables) rutas.

Siempre las mismas especies, durante las mismas fechas y a través de los mismos paisajes. Uno de los fenómenos más extraordinarios de la naturaleza que atrae la curiosidad de los seres humanos desde antiguo.

Así, además del consabido ejemplo de la utilización de las palomas para enviar mensajes entre ciudades y pueblos separados a menudo por una larga distancia, la historia cuenta que en la antigua Roma, al concluir los populares torneos de vigas y cuadrigas cuyas carreras despertaban auténtica pasión entre las gentes del pueblo, los seguidores de los vencedores trepaban hasta los tejados de las casas para capturar a las golondrinas en sus nidos y teñirles las alas con los colores del vencedor. De ese modo, cuando las aves volvían a sus lugares de invernada en las provincias africanas del gran imperio romano, mostraban los colores a los soldados destinados en aquellos lejanos destinos, que vitoreaban el nombre del campeón al observar su paso.

VIAJANDO SIN MAPA

Pero ¿cómo logran orientarse las aves? ¿Cómo logran seguir una ruta de navegación tan concreta generación tras generación? Las respuestas al fenómeno de la migración en las aves hace tiempo que quedaron resueltas gracias a los datos aportados por el anillamiento científico: un sistema de marcaje consistente en capturarlas mediante métodos inocuos para colocarles una anilla en el tarso y volver a liberarlas de inmediato, con la esperanza de que, al ser capturadas de nuevo, puedan aportar datos sobre su desplazamiento.

Gracias a este sistema hoy en día sabemos que uno de los medios de orientación más habituales durante sus desplazamientos es el del reconocimiento geográfico.

Las aves utilizan los accidentes sobre el terreno como puntos de referencia sobre los que trazan y corrigen sus rutas. Pero ¿qué ocurre con las especies que cubren sus desplazamientos de noche, sin posibilidad de atender a referente alguno? En ese caso también se ha demostrado que las aves se orientan por las estrellas, teniendo en la bóveda el mismo referente que en el paisaje.

Pero ¿y si está nublado? En circunstancias de visibilidad nula los campos magnéticos también juegan un papel importante en la navegación. Y es que las aves poseen una especie de brújula interior, un sistema GPS natural, que les permite seguir rumbos constantes entre puntos concretos atendiendo a los referentes de geolocalización anclados en su memoria atávica, en su registro genético.

Ello explicaría, por ejemplo, que un abejaruco nacido en primavera en un pueblo del norte de España llegue viajar por primera vez hasta el territorio del continente africano donde pasan sus padres el invierno aún volando sin ellos, de noche o con tiempo nublado. Una auténtica enseñanza de la naturaleza.